Encuentro con el mítico
cóndor blanco
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
En forma de crónica personal, el autor relata su afortunado encuentro con un cóndor blanco en las inmediaciones de Santiago de Chile,
un ser de resonancias sobrenaturales para las culturas andinas.
Texto y fotos: Eduardo Pavez
Aquella fría mañana de septiembre de 2006, a las 6 como era habitual, pasé a buscar a Víctor Escobar, un amigo y colaborador. En cuestión de minutos, el viejo todoterreno dejó atrás la ciudad aún oscura y semivacía, enfilando directo hacia los llanos de Chacabuco, distantes unos sesenta kilómetros al norte de Santiago de Chile. A las 8 Víctor ya estaba apostado en su sitio de observación, frente a una montaña bajo la cual se acumulan los desechos urbanos de seis millones de personas. A mí aún me esperaba una caminata de algo más de una hora, la que resultaba siempre gratificante, a pesar de la empinada pendiente, del sol que comenzaba a golpear la cara y de la pesada mochila con equipos de observación, mucha agua y una merienda que habitualmente resultaba exigua. Cuando llegué a la cima del cerro El Guindo, una excelente atalaya desde donde registraba el paso de águilas y cóndores, me saqué la ropa mojada, instalé el telescopio y como en incontables ocasiones me senté sobre las rocas a esperar el paso de las grandes aves rapaces. Sin embargo, aquella jornada sería muy diferente a todas las demás, sería una aventura de dos días marcada por la sorpresa, el esfuerzo, la belleza indescriptible y una magia que todavía me cuesta asimilar.
Desde que era niño, mi vida transcurrió entre innumerables correrías en las montañas observando la vida silvestre. Con el tiempo, y una cuota no despreciable de disciplina y obsesión, hice de aquella temprana pasión una profesión, concentrando gran pare de mi energía en el estudio y la conservación de aves rapaces. Casi dos décadas trabajando con cóndores me han permitido recorrer la extensa cordillera de los Andes, observando a esos colosales buitres, e implicó que la empresa KDM me encargara a mediados del 2005 un estudio sobre los ejemplares que acudían a alimentarse a su gran depósito sanitario. Es por ello que aquel 3 de septiembre, como muchas otras veces, estuve durante todo el día registrando en mi grabadora los movimientos de los cóndores sobre el cerro El Guindo y sobre el vecino cerro Huechún, mientras Víctor hacía otro tanto abajo, en el vertedero.