Ceda el paso al invasor
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Sapos marinos (Bufo marinus) cerca de la ciudad australiana de Darwin, en el Territorio Norte de Australia. A la izquierda sobre una carretera y a la derecha como presa de un cocodrilo de agua dulce (Crocodylus johnstoni). En el sapo atacado se observa la secreción defensiva de una toxina de color blanco por las glándulas parótidas, situadas justo detrás de la cabeza (fotos: Gregory Brown). |
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Mundo siguiendo la línea del ecuador. Concentradas en los límites de cada país, las carreteras y los caminos rurales constituyen un elemento conspicuo del paisaje, que modela la dispersión, supervivencia y reproducción de muchas plantas, animales y microbios, tanto en zonas urbanizadas como remotas.
Salvador Herrando Pérezsalvador.herrando-perez@adelaide.edu.au
PARA AQUELLOS QUE CONDUCIMOS –o somos conducidos– nos resultará familiar la imagen del erizo atropellado en la carretera, o los pegotes de insectos adheridos al cristal delantero del coche. La mortalidad por colisión con vehículos es uno de los muchos efectos que tienen las carreteras sobre la demografía de las especies, incluida la nuestra. Tales efectos abarcan desde la alteración física de hábitats terrestres y acuáticos, hasta la contaminación química por productos de la construcción, mantenimiento y asfaltado de las vías, pasando por cambios en el comportamiento animal (modifican, por ejemplo,
áreas de residencia y patrones de vuelo o vocalización) y facilidad de acceso a cazadores, pescadores y recolectores hasta zonas remotas antes inalteradas (1). Para algunas especies, sin embargo, esos impactos se compensan al utilizar la red viaria como medio de transporte hasta nuevos territorios, sorteando barreras (mares, montañas, ríos y zonas de vegetación densa) y evitando la competencia con otras especies por recursos vitales en las áreas nativas.