FLORA ARBÓREA RELICTA DE LA ISLA DE FUERTEVENTURA
Los últimos bosques del desierto canario
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Fuerteventura, la isla más antigua de Canarias, es por su pobreza en vegetación un “pedazo de África sahárica lanzado en el Atlántico”, como la definiera Miguel de Unamuno. Pero no siempre fue así. En poco más de 2.000 años la mayor parte de sus antiguos bosques y matorrales han desaparecido bajo el hacha, el fuego y el diente del ganado. De algunas especies apenas subsisten unos pocos ejemplares, reliquias vegetales de otros tiempos; organismos a veces únicos, tan amenazados como ignorados, confinados a
riscos y barrancos donde no llegan las cabras que recorren hambrientas sus solitarios parajes.
Texto y fotos: Stephan Scholz y César-Javier Palacios
Surgida del océano Atlántico en sucesivas etapas de actividad volcánica que comenzaron hace al menos 22 millones de años, la isla de Fuerteventura es la más antigua de Canarias y también la más cercana al continente africano, pues apenas cien kilómetros separan dos orillas que nunca estuvieron unidas. Ambas peculiaridades explican que este territorio fuera, desde sus orígenes, el puerto de entrada de la mayor parte de las especies animales y vegetales colonizadoras del naciente archipiélago, que llegaron a bordo de balsas flotantes de ramas, en el estómago de las aves o, simplemente, arrastradas por los vientos.
Millones de años de procesos erosivos y deslizamientos en sus montañas, así como eventos tectónicos de todo tipo, desmantelaron los imponentes edificios volcánicos de la Fuerteventura miocénica. Pasó así de los más de 3.000 metros de altitud que pudo alcanzar en algunas zonas, a las modestas elevaciones actuales, con el pico de Jandía (807 m), situado en el sur de la isla, como punto más alto.
Sin duda, la biota de Fuerteventura y su clima tropical en el Mioceno diferirían enormemente de lo que conocemos ahora. Albergó fauna y flora venida desde los continentes próximos y, posiblemente también, desde alguna de las llamadas “paleocanarias”, islas formadas al noreste del actual archipiélago y hoy desmanteladas hasta quedar reducidas a estructuras submarinas, como el Banco de la Concepción. Así pues, en Fuerteventura creció probablemente la primera laurisilva de las actuales Canarias, un tipo de bosque que cubría buena parte de la cuenca del mar de Tethys y que hoy subsiste de forma modificada en los archipiélagos de Madeira y Canarias. También pudo alojar los primeros bosques de pino canario y los primeros cardonales y tabaibales. A la espera de estudios paleoclimáticos y paleontológicos de esa etapa temprana, es lícito dejar volar la imaginación, como hace el artista Jaime Avilés cuando nos presenta en un magnífico óleo la llegada hace 20 millones de años a una boscosa Fuerteventura de una balsa flotante procedente del continente africano con los primeros lagartos. Viajeros involuntarios por el cálido mar miocénico que se convertirían en los ancestros de las siete especies endémicas de lagarto conocidas en Canarias.
El mismo modelo de “colonización a saltos” (stepping stone) se repitió con las tortugas terrestres: Fuerteventura y Lanzarote fueron pobladas en el Mioceno por una especie relacionada con la actual tortuga de espolones (Geochelone sulcata) que habita en la región saheliana. Al extenderse hacia el oeste dio lugar a nuevas especies en las islas que iba colonizando. La más tardía vivió en Tenerife durante el Pleistoceno, su caparazón superaba el metro de longitud y todas se extinguieron por causas naturales.
Especialmente sorprendente resulta la historia colonizadora de los Aeonium, descifrada al igual que la de los lagartos con ayuda de la genética molecular. Este género de plantas suculentas se diferenció en el archipiélago a partir de un ancestro común venido desde el noroeste de África. De él surgieron 31 especies endémicas en Canarias, desde donde el género llegó a colonizar también los archipiélagos de Madeira y Cabo Verde, formando allí nuevas especies. Desaparecido con el tiempo el ancestro africano, ejemplares canarios de Aeonium lograron recolonizar el continente vecino. Pero no sólo consiguieron instalarse en las costas noroccidentales de Marruecos, donde actualmente vive una especie, sino que alcanzaron las montañas de Etiopía, Somalia y Yemen, donde hay al menos otra más.
A lo largo del Mioceno superior y del Plioceno, etapa geológica que le sigue, el clima fue haciéndose más seco y fresco. La vegetación tuvo que adaptarse, algunas especies se extinguieron y llegaron otras nuevas. Poco a poco evolucionó hacia un clima de tipo mediterráneo, surgido hace unos tres millones de años como consecuencia de la unión de los dos subcontinentes americanos y el establecimiento del actual sistema de corrientes marinas. Especialmente críticos para la biodiversidad debieron de ser los últimos 100.000 años, con sus alternancias de glaciaciones y épocas cálidas. Finalmente, un nuevo protagonista apareció en escena y complicó aún más la situación: el ser humano.
Pie de foto: Un detalle de la vegetación relicta de matorral termoesclerófilo húmedo, restos del monteverde canario en Fuerteventura, en una ladera de los riscos de Jandía.