La diversidad de las orcas obliga a revisar su encuadre taxonómico

La ciencia de la vida es un ente en constante movimiento. Una criatura que, al igual que aquellos organismos a los que estudia, se encuentra en proceso de incesante evolución. El desarrollo de nuevas formas de aproximarnos al conocimiento modifica al conocimiento en sí mismo o, al menos, la perspectiva que tenemos de él. Las moléculas amplían las fronteras que establecieron los caracteres morfológicos. De este modo, nuestra forma de entender la vida va cambiando, adaptándose a su nuevo entorno. Es algo así como la evolución del estudio de la Evolución. Como otras muchas ramas de la ciencia, la taxonomía también cambia de aires, aproximando grupos antes lejanos y alejando otros que creíamos muy próximos. Incluso los cimientos de especies descritas hace centenares de años están comenzando a tambalearse. Algunos de ellos habían temblado levemente a partir de diferencias anatómicas, alimentarias, sociales o conductuales, pero hasta que entró en juego la genética no habíamos sido testigos de sacudidas con la suficiente envergadura para ser plenamente aceptadas por la comunidad científica. Y ese es precisamente el caso de la orca, un cetáceo de la familia de los delfínidos descrito para la ciencia como Orcinus orca hace más de 250 años y cuyos límites específicos se encuentran hoy en tela de juicio.

Patentes diferencias
Comenzaremos diciendo que la especie fue descrita por Carl von Linneo en 1758. Desde entonces, todas las orcas se han integrado en esa única especie cosmopolita, o sea, distribuida por los océanos de todo el mundo. Ningún otro cetáceo fue descrito con el mismo género, ninguna otra especie parecía encontrarse lo suficientemente cercana. La orca era genuina y diferente de todos los demás delfínidos, uniforme en su singularidad: gran tamaño, robustez, hocico corto, amplio y fuerte, grandes aletas (tanto pectorales como dorsales) y marcado dimorfismo sexual. Las principales diferencias entre machos y hembras radican en el tamaño corporal y en la forma y las dimensiones de la aleta dorsal. La coloración también es extremadamente característica: ese patrón blanquinegro, ese tridente ventral, esa mancha post-orbitaria. Todo en ella es distintivo. Todo en ella la unifica como especie, como una sola entidad repartida a lo largo y ancho del azul de nuestro planeta.