Ladis
martes 30 de diciembre de 2014, 19:53h
En nuestro mundillo, bastaba con Ladis. No necesitaba de mayores presentaciones. Ladislao Martínez era un auténtico baluarte en una materia tan difícil como la política energética, que a todos incumbe pero muy pocos dominan. Había que tener sólidos conocimientos técnicos, estar al corriente de las compañías eléctricas y sus estrategias comerciales, meterse a fondo en los vericuetos de la Administración, manejar cifras y documentos clave… Unos documentos indigeribles, dicho sea de paso, que Ladis se despachaba con una abnegación rayana en el martirio. Por eso era el mejor formado e informado, por eso era demoledor en los debates. Incluso sus adversarios reconocían que era prácticamente imbatible. Además tenía una argumentación irreprochable, muy convincente, depurada en un sinfín de reuniones y asambleas. Pero, sobre todo, como confesaba a sus compañeros de mayor confianza, era tan arrollador porque sabía que, en el fondo, tenía razón. Ni más, ni menos. ¿Cuántos ingenieros y politicastros sucumbieron a su sereno vapuleo dialéctico? ¿Cuántas audiencias no cambiaron de bando después de oírle? Era una garantía, una apuesta segura: si participaba Ladis, ganábamos por goleada.
Con tales méritos y sus años de militancia en el ecologismo social, no es raro que se lo disputaran quienes han tenido alguna vez la tentación de formar candidaturas verdes, desde Izquierda Unida hasta Podemos. Algunos no entendieron que optara por la ortodoxia, pero él veía en ella un camino para alcanzar objetivos que desde el movimiento asociativo quedaban muy lejos. Hace un par de años, por ejemplo, logró impedir que se privatizara el organismo que abastece de agua potable a la ciudad de Madrid, el Canal de Isabel II, en plena euforia del Partido Popular y sus recetas ultra liberales. Pero nunca renunció a las organizaciones que había contribuido a fundar, primero Aedenat y luego Ecologistas en Acción, ni tampoco a su puesto como profesor de química en un instituto de enseñanza media de Vallecas. Pero eran tiempos difíciles, se sintió atacado por la prensa y hubo que arroparle de algún modo, demostrarle que seguía siendo Ladis. Por eso se convocó un homenaje en la sede madrileña de Ecologistas en Acción, que nunca se había visto tan concurrida.
¿Ladis necesitado de apoyo? ¿Arropado por sus compañeros? Llevaba muchos años sacrificándose por una causa justa, como todas las quijotescas, y su ánimo quizá comenzara a flaquear. Nadar contra corriente –lo sabemos por experiencia– es agotador. El último esfuerzo de los salmones antes de ceder el testigo a otra generación. Ladis ha terminado por mostrarse humano, por desfallecer. La misma mente privilegiada que le permitía ganar batallas sin consultar un papel, le ha venido a fallar en el peor momento, ya bien entrado en la cincuentena, cuando uno puede echar la vista atrás y ver con cierta perspectiva cuál ha sido su trayectoria. A la edad de empezar a tomarse las cosas con calma, el cerebro de Ladis dijo basta. Había perdido capacidad de concentración, le costaba encontrar las palabras, estaba en tratamiento. Y, al final, se fue. El 7 de diciembre nos despedimos de él, otra vez rodeado de amigos y compañeros. El movimiento ecologista, el veterano y el que se esté fraguado ahora, va a echarle mucho de menos.