Vendrán, volverán los fuegos cuando se marchen los camineros y los cabreros”. Los camineros se marcharon en la década de los noventa. Uno de los últimos, Ángel Sánchez, el de Gargantilla (Cáceres), mantenía limpias las cunetas de la carretera local. Los tragantes bien cogidos, las regateras perfectamente guiadas, las ramas de los árboles en su sitio y sin invadir, los puentes con el alivio justo, la cuneta limpia.
Con la zacha, el hocino y la segureja, todas estas tareas las realizaba Ángel sin quitarse nunca el cigarro de la boca, respirando y su boina ladeada, para protegerse del sol. Aquellos hombres, los “príncipes de las cunetas”, mantenían estos corredores verdes, de una forma natural, a mano, con las herramientas de entonces.
Con su presencia física indirectamente realizaban labores de vigilancia forestal y de prevención de incendios. También eran agentes de circulación improvisados simplemente con estar allí: eran los más cercanos a cualquier accidente o incidencia de tráfico y, sobre todo, a los conductores, entonces bastantes menos, que se alegraban de verles, siempre en los márgenes de aquellas carreteras, en aquel mundo analógico, natural y tremendamente humano.
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