La desaparición de especies como consecuencia de las actividades humanas constituye uno de los principales problemas ambientales a escala mundial. En la actualidad, las tasas de extinción de especies son mil veces más altas que las que cabría esperar en ausencia del ser humano y si no se adoptan las medidas de conservación adecuadas podrían llegar a multiplicarse por diez en un futuro próximo (1). La ejecución de estas medidas pasa, en primer lugar, por evaluar el estado de conservación de las especies, para lo cual es necesario contar, entre otros, con datos precisos sobre la abundancia y distribución de sus poblaciones. Por ejemplo, parámetros como la magnitud y velocidad del cambio en el tamaño de las poblaciones son utilizados por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) para clasificar las especies según su riesgo de extinción.
El seguimiento de poblaciones a largo plazo permite obtener series extensas de datos de forma estandarizada y, por ello, constituye una herramienta esencial a la hora de realizar evaluaciones de conservación. En especies raras o poco abundantes, sin embargo, estas evaluaciones no siempre pueden llevarse a cabo debido a limitaciones importantes en la disponibilidad de datos. Por lo general, el seguimiento estandarizado de poblaciones está restringido a unas pocas regiones en países desarrollados y, además, resulta poco efectivo para detectar especies poco abundantes. En consecuencia, para evaluar el estado de conservación de especies raras o con áreas de distribución reducidas es necesario acudir a fuentes de información alternativas.
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