Las lagunas costeras se encuentran entre los ecosistemas acuáticos con mayor productividad biológica del planeta y ofrecen zonas de cría para larvas y juveniles a multitud de especies marinas (1). Además, desde un punto de vista exclusivamente humano, permiten el desarrollo de actividades altamente rentables, como la pesca y la acuicultura, reciben todo tipo de vertidos y tienen una importancia relevante para el sector turístico (2). La fauna asociada a estos ecosistemas acuáticos suele incluir especies raras o endémicas, algunas de ellas en peligro de extinción.
No es extraño, por tanto, que la Unión Europea las considere un hábitat prioritario y haya establecido tres tipos: lagunas costeras y albuferas, deltas y llanuras de inundación y salinas, con notables diferencias en cuanto a salinidad, extensión y profundidad. El Mar Menor, con sus 135 kilómetros cuadrados de superficie, es la laguna hipersalina más grande de Europa y una de las mayores de la cuenca mediterránea. Aparte de la densa urbanización de su entorno, se ha visto afectada por diversas infraestructuras turísticas, como puertos deportivos, escolleras y paseos marítimos. No obstante, aún alberga una gran variedad de sistemas acuáticos naturales y seminaturales, que han respaldado su reconocimiento nacional e internacional a través de distintas figuras de protección: Sitio Ramsar, Zona Especialmente Protegida de Importancia para el Mediterráneo (ZEPIM) y Zona Especial de Conservación (ZEC).
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