A principios de 2016 encontré en la playa de Torreblanca (Fuengirola) un alcatraz (Morus bassanus) joven muerto hacía a lo sumo un día, por cuya boca sobresalían unos treinta centímetros de sedal. Parecía evidente que había muerto a causa de una captura accidental en palangre.
Dado que el grosor del sedal era el propio de un palangre dirigido a grandes pelágicos -tiburones, atunes o peces espada- decidí abrir el cadáver para ver el tipo de anzuelo. Y, efectivamente, se trataba de un anzuelo profesional de los que se usan para la pesca del pez espada (7’5 x 2’4 centímetros).
El anzuelo se unía al sedal, de 1’4 milímetros de diámetro, por medio de una sola grapa. Se había clavado en la pared del estómago del ave, llegando a atravesarla y afectar a la región muscular de la clavícula, aunque no llegó a atravesar ningún órgano vital.
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