Comenzaremos por San Roque, el santo francés que tras contraer la temida peste negra decidió alejarse de la sociedad para no propagar la mortal epidemia. En la soledad de su retiro voluntario, sólo fue auxiliado por un perro que a diario le llevaba una rosquilla de pan y le lamía las úlceras provocadas por la enfermedad. Eso le salvó la vida. De aquel comportamiento altruista tal vez proceda aquello de que el perro es el mejor amigo del hombre.
También es San Roque el protagonista de un popular trabalenguas empleado durante generaciones por los maestros de escuela para curar el rotacismo, una dificultad a la hora de pronunciar la erre de manera correcta, que suele aparecer entre los párvulos:
El perro de San Roque,
no tiene rabo,
porque Ramón Ramírez,
se lo ha cortado.
Otro santo galo, San Convoyon, fundador del monasterio de San Salvador, consiguió que las abejas (Apis mellifera) produjeran cera y miel a lo largo de todo el año. Sin necesidad de emplear las técnicas habituales en apicultura, es decir, humo para apaciguar a los insectos y un tupido traje que proteja contra sus picaduras, extraía la apreciada cosecha del interior de las colmenas.
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