No es nada nuevo que los cultivos ilícitos, como la coca (Erythroxylum coca) y la adormidera (Papaver somniferum), son causantes de deforestación, erosión y otros graves problemas ambientales en las zonas tradicionales donde se producen, normalmente regiones montañosas de países tropicales y subtropicales (1, 2). No obstante, la oferta y el mercado de estupefacientes es en la actualidad más complejo que nunca, lo que está generando nuevas amenazas para la biodiversidad incluso en áreas habitualmente ajenas a esta problemática.
La marihuana, extraída de las flores y hojas secas del cáñamo (Cannabis sativa), se ha convertido en la droga más frecuentemente consumida a escala global. De hecho, el número de adeptos a la marihuana no para de crecer (3). Aparte de las muchas bondades médicas y farmacéuticas atribuidas a esta “droga blanda”, algunos estudios sugieren que el cáñamo sería un cultivo amable con el medio ambiente (4). Sin embargo, recientes trabajos científicos acerca de cómo las plantaciones de cáñamo afectan a la calidad del aire (5, 6) han contribuido a socavar esta idílica y simplista visión.
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