Por Joaquín Guerrero y Javier Yera.
Tendemos a pensar que la conservación de la biodiversidad, y en este caso de la flora amenazada, se basa en la protección por sí misma. Es decir, en el acotamiento de una zona determinada, libre de grandes intervenciones humanas y sin riesgos de perturbación que modifiquen su realidad física o biológica. Sin embargo, en un continente como Europa, donde los aprovechamientos tradicionales están desapareciendo a marchas forzadas, generar esa perturbación se convierte en una necesidad para que muchas plantas amenazadas puedan sobrevivir. Un reto nada sencillo de gestionar y que nos obliga a ir más allá de la simple protección que todos entendemos.
Coronopus navasii y el pisoteo
Uno de nosotros (J.G.), como responsable de conservación la biodiversidad en la provincia de Zaragoza, recibió en julio de 2014 la llamada emocionada de uno de los agentes para la protección de la naturaleza del Gobierno de Aragón más duchos en botánica. Ángel Pardo había descubierto en La Zaida, una laguna temporal próxima a Gallocanta, una población bastante numerosa de Coronopus navasii, primera cita de esta especie para Aragón. C. navasii no es una planta cualquiera. Descrita en 1922, se consideraba endémica de la Sierra de Gádor (Almería), donde habita en seis balsas y tiene a la mayoría de sus efectivos concentrados en dos de ellas. Dada su gran escasez, fue declarada en el Catálogo español de especies amenazadas como “En Peligro de Extinción”. En la Directiva de Hábitats aparece como “Prioritaria” y la UICN la considerada “En Peligro Crítico”.