Por Carlos Caballero-Díaz y otros autores
Los anfibios son, sin duda, los vertebrados más amenazados del planeta y más del 40% de las especies conocidas se encuentran en regresión. Aunque las causas de este declive son múltiples, el consenso científico apunta a que el principal problema es la destrucción de sus hábitats, tanto terrestres como acuáticos. A esta amenaza hay que sumar la introducción de especies exóticas invasoras o la propagación de nuevas enfermedades infecciosas con una alta letalidad, capaces incluso de provocar extinciones. La combinación de todos estos factores exige adoptar medidas de conservación que mejoren las condiciones de los anfibios y aseguren la viabilidad de sus poblaciones a largo plazo.
La Península Ibérica es una región geográfica importante para la conservación de los anfibios a escala global, tanto por la diversidad de especies que alberga como por su alto porcentaje de endemismos. En los últimos años, la aplicación de marcadores moleculares ha permitido conocer mejor la historia evolutiva de los anfibios ibéricos e identificar nuevas especies que habían pasado desapercibidas por su similitud morfológica con otras ya conocidas (1, 2). El registro fósil aporta evidencias de que la mayor parte de los géneros de anfibios que encontramos hoy en día en nuestro territorio llevan aquí al menos desde el Mioceno, hace más de 10 millones de años. Habida cuenta de los importantes cambios tectónicos y climáticos que se han sucedido, una presencia histórica tan prolongada ha dado lugar a múltiples casos de evolución en aislamiento, que ocasionalmente han originado especies nuevas.