Por Antonio Castillo
Corría el año 2000 cuando en la Vall d´Albaida, comarca situada al sur de la provincia de Valencia, hacía irrupción una variedad de conejo (Oryctolagus cuniculus) inmune a la mixomatosis que hacía sucumbir al resto de sus congéneres en otras latitudes, de manera que pasaba la enfermedad con unos síntomas mucho más leves de lo habitual. Presentaba sutiles diferencias con respecto al conejo de monte, tanto morfológicas, como un color más rojizo en algunos ejemplares, como etológicas, pues huía de las masas forestales y se establecía casi exclusivamente en ecosistemas agrícolas. A menudo se podía observar a estos conejos encima de los árboles, royendo la corteza de los frutales, para desgracia de los agricultores.
Ajeno a la enfermedad en un ecosistema con una cantidad de depredadores reducida a su mínima expresión, este conejo vio cómo su población aumentaba rápidamente. Mientras los agricultores lamentaban sus pérdidas, los cazadores estaban de enhorabuena: la abundancia de conejo era sinónimo de diversión asegurada que había que aprovechar, hasta el punto de que las sociedades cinegéticas de la zona, recelosas de la llegada de cazadores foráneos, se apresuraban a modificar sus estatutos para que en sus feudos sólo cazaran vecinos con casa en el pueblo.