Por Helios Sainz, Rut Sánchez y Laura Hernández
Los hayedos del macizo de Ayllón, situado en el extremo oriental del Sistema Central, constituyen una singularidad paisajística, una rareza, un anacronismo biogeográfico, dado que el haya (Fagus sylvatica) es un árbol caducifolio europeo propio de climas atlánticos. La escasez de hayas en las montañas de la Región Mediterránea, en el límite de su área de distribución natural, ha llamado la atención desde antiguo. En 1978, tras cartografiar estos bosques meridionales, se propusieron razones microclimáticas para justificar su presencia, como la topografía, la inflexión de la cordillera en el puerto de La Quesera, los vientos húmedos del noroeste que se cuelan por los collados y la frecuencia de tormentas estivales y nieblas (1).
Debido a la abundancia de hayas aisladas entre los brezales, que conectaban pequeñas manchas de límites a menudo caprichosos, se pensó que eran restos de bosques en retroceso, supervivientes de épocas más frías en las que la especie tuvo un área de distribución mayor. Sin embargo, los resultados de un reciente estudio demuestran que es necesario cambiar nuestra interpretación de estos bosques, ahora en expansión (2). Para ello hemos analizado la demografía, la edad y la distribución de los hayedos, además de comparar la cartografía moderna con la histórica. Como resultado hemos encontrado, al contrario de lo que se pensaba, que ha sido sobre todo la influencia humana, y no el clima, el factor responsable de su actual distribución y estado de conservación. La pujanza del haya en el macizo de Ayllón, una vez que se ha reducido de forma drástica la presión antrópica, no encaja bien en el antiguo paradigma. Creemos que estos hayedos deberían considerarse relictos antrópicos más que climáticos.