Año 371 antes de Cristo. En las llanuras de Leuctra la todopoderosa falange espartana ha sido derrotada por el débil ejército tebano. Según parece, en lo más incierto de la batalla, la retaguardia espartana se ha visto desbordada por la furiosa acometida de una falange extremadamente aguerrida, que al poco ha provocado la desbandada entre los hijos de Laconia. Pronto los ecos de la batalla resuenan por todo el mundo helénico, que se pregunta incrédulo: ¿Cómo ha podido Epaminondas, el general tebano, derrotar al ejército espartano, invencible durante décadas? ¿De qué diabólica estrategia se habrá servido? La respuesta es de lo más sorprendente. Aquel batallón que decidió favorablemente el curso de la batalla estaba formado por trescientas parejas de homosexuales que, al luchar codo con codo con sus amantes, mostraron un arrojo suicida entre las filas enemigas. Efectivamente, el astuto tebano se sirvió de una poderosa arma secreta: nada menos que el amor... entre hombres.
La homosexualidad es una práctica común en todas las culturas y en todas las épocas. Si hasta hace bien poco se consideraba una aberración de la conducta humana, de un tiempo a esta parte empieza a verse como una opción sexual más, tan respetable como otra cualquiera. Lo cual no es óbice para que nos interroguemos sobre el papel de las prácticas homosexuales dentro del reino animal y, muy especialmente, entre los vertebrados.
La cuestión es muy simple. Sabemos que la reproducción sexual plantea graves problemas desde un punto de vista evolutivo, ya que implica un gran gasto de recursos en el mantenimiento del sexo masculino. Este precio puede verse compensado por el aumento de la variabilidad genética que aportan las relaciones heterosexuales. Por eso, desde un punto de vista estrictamente biológico, la homosexualidad no tiene sentido, puesto que implica un gasto de recursos que no conduce a un aumento de la descendencia. ¿Por qué, entonces, la selección natural no elimina los comportamientos homosexuales? Es lo que el zoólogo Preston Hunter llama “una paradoja de la evolución” (véase Homosexuality: a paradox of evolution, disponible en la página web
www.adherents.com/misc/paradoxEvolution.html). Esto nos lleva a plantearnos la primera cuestión: ¿hasta qué punto están extendidas las prácticas homosexuales en el reino animal?
Vertebrados
con plumasLa casuística no deja lugar a dudas. Múltiples observaciones de campo han puesto de manifiesto que las prácticas homosexuales son moneda corriente dentro de los primates, tanto entre machos de chimpancés, bonobos, gorilas de montaña, monos rhesus o macacos, como entre hembras de los propios bonobos.
Algo semejante sucede con el resto de los mamíferos, pues se ha observado en vacas, burros, ovejas de montaña, jirafas, ratas, delfines, perros, gatos, cabras, antílopes, elefantes, hienas, conejos, leones, puerco espines, ratones... Según el zoólogo Rollin H. Denniston, el juego homosexual es casi universal en mamíferos jóvenes y casi todos los adultos son absolutamente indistintos en cuanto a sexo cuando montan a su pareja.
Dentro de las aves los ejemplos se multiplican. Por ejemplo, se han descrito frecuentes relaciones homosexuales entre gaviotas de distinta especie, las hembras de los periquitos reproducen el cortejo y el ritual de copulación típico entre macho y hembra, los machos jóvenes de pato criollo (Cairina moschata) se hacen exclusivamente homosexuales si sólo entran en contacto con otros machos durante el periodo de impregnación y los de pinzón cebra (Taeniopygia guttata) muestran un comportamiento receptivo femenino tras un intento de copulación frustrado.
Tampoco los reptiles escapan a este tipo de prácticas, muy comunes entre las hembras de los lagartos americanos del género Anolis. Por otra parte, los machos de las lagartijas de la familia Teiidae insertan su hemipene en la cloaca de cualquier pareja receptiva, sea macho o hembra. Y, según Denniston, diez de cada veintiuna copulas observadas en iguánidos se producen entre machos.
En cuanto a los peces, los machos de guppy (Poecilia reticulata) pueden jugar entre sí durante semanas si están confinados en un espacio sin hembras, lo que incluye el mordisqueo de la zona genital que es típico de los juegos entre ambos sexos. Por su parte, los machos de espinoso venenoso (Pungitius pungitius) compiten con las hembras e imitan su papel cuando copulan con otros machos dominantes.
En busca del gen gayCiertamente, la homosexualidad es cualquier cosa menos rara en el mundo animal, lo que nos lleva a preguntarnos si este comportamiento no tendrá una base genética. Para el zoólogo J. Dave, “desde el punto de vista de la genética de poblaciones, la idea de un gen gay es ridícula. Si hay un gen específico o un conjunto de genes que predisponga a la homosexualidad, entonces, asumiendo que los homosexuales se reproducen a una tasa menor que la población en general, ese gen debería desaparecer lentamente de la población. Puesto que hay miles de años de homosexualidad humana documentada, un gen gay resulta improbable.”
¿Se trata de un argumento sólido? Para rebatirlo, Preston Hunter aduce una serie de evidencias dentro del ámbito de la homosexualidad humana:
1. La homosexualidad no impide la reproducción. Como ha puesto de manifiesto el sociólogo Clinton Jones, no es nada infrecuente que homosexuales de ambos sexos tengan hijos dentro del matrimonio heterosexual.
2. Estudios con gemelos demuestran que generalmente ambos hermanos comparten la misma orientación sexual, aun cuando hayan sido criados en ambientes diferentes.
3. La mayoría de los homosexuales asegura que su orientación sexual no es consecuencia de una elección personal, sino que obedece a una tendencia innata. Los niños que se convierten en homosexuales cuando llegan a adultos adoptan conductas muy sintomáticas, como la de no participar del típico rol de su sexo desde sus primeros años.
4. Se han detectado algunas diferencias físicas entre homo y heterosexuales. El neurólogo Simon LeVay’s descubrió que el hipotálamo, una parte del cerebro que regula el comportamiento sexual, era más pequeño en homosexuales que en heterosexuales. Una segunda diferencia se debe a los doctores Laura S. Allen y Roger A. Gorski, quienes descubrieron que la comisura anterior, una cuerda de fibras nerviosas que conectan los dos hemisferios del cerebro entre sí, es más grande en homosexuales que en heterosexuales. Otros estudios evidencian además diferencias hormonales.
El origen de la
homosexualidadSi, como parece, hubiera una base genética para el comportamiento homosexual, ha de ser forzosamente el resultado de un proceso evolutivo. La pregunta es evidente: ¿cómo y por qué ha evolucionado la homosexualidad entre los animales? Básicamente contamos con dos posibles respuestas.
En primer lugar, los comportamientos homosexuales no suponen ninguna ventaja adaptativa, pero tampoco implican ningún perjuicio para el individuo y, por lo tanto, no son eliminados por la evolución.
La segunda hipótesis plantea que la homosexualidad es un comportamiento adaptativo, en la medida en que aumenta la capacidad de los individuos portadores para transmitir sus genes a la descendencia.
En apoyo de la primera hipótesis están los argumentos del zoólogo John Alcock, quien sugiere que el comportamiento homosexual se explica por la tendencia de los machos a maximizar el número de encuentros sexuales, junto a una deficiente capacidad para reconocer a los individuos del sexo opuesto. Se trata de una conducta opuesta a la de las hembras de los mamíferos, que no encuentran ninguna ventaja en ser fecundadas por muchos machos, sino en seleccionar el más conveniente. De esta forma se explica, por ejemplo, por qué la masturbación es mucho más frecuente en los machos que en las hembras, tanto en la especie humana como entre el resto de los primates. También se explican de esta manera los comportamientos homosexuales entre machos que crecen juntos y aislados de las hembras, o los coitos entre animales de distinta especie (muy frecuentes, por cierto, en condiciones de cautividad). Sin embargo, no aclara convenientemente el comportamiento homosexual en las hembras, también ampliamente extendido.
Para los defensores de la segunda hipótesis, este comportamiento parece responder en muchas ocasiones a motivaciones adaptativas. ¿Qué clase de motivaciones? Por ejemplo, hay evidencias de que las relaciones homosexuales entre machos o hembras de macacos japoneses, gorilas de montaña y gibones disminuyen la tensión entre los miembros del grupo y facilita los nexos sociales, lo que aumenta las posibilidades de supervivencia del grupo. Esta idea va en la línea de la estrategia de Epaminondas, con la que abríamos el artículo. Otra ventaja consiste en que si un individuo satisface sexualmente a otro con prácticas homosexuales, disminuye su deseo de buscar pareja del sexo opuesto, lo que en última instancia puede redundar en un aumento del número de crías engendradas por el primero.
Se ha sugerido también que en muchas especies se dan prácticas homosexuales entre hembras ante situaciones de estrés o al colonizar un nuevo ambiente, como mecanismo para evitar la superpoblación en situaciones desfavorables. Sin embargo, una dificultad de esta última hipótesis es que, en condiciones de alta densidad, la frecuencia de cualquier gen que predisponga hacia la homosexualidad se vería drásticamente reducido al disminuir la fertilidad de los portadores, con lo que declinaría su representación en las siguientes generaciones y no sería tan útil como mecanismo de control de la población.
Una última ventaja adaptativa enlaza con la teoría conocida como “selección parental”. Según dicha teoría, un individuo puede aumentar la probabilidad de extender sus genes limitando la propia reproducción y cuidando de parientes próximos, como hermanos o hermanastros, tal y como ocurre en los insectos sociales. Desde este punto de vista, la ventaja de la homosexualidad estriba en que los individuos que la practican inhiben su potencial reproductor, lo que favorece que se dediquen al cuidado de sus parientes más jóvenes.
¿Hasta qué punto este conjunto de ventajas compensa la disminución del potencial reproductor? Lo desconocemos. Parafraseando a Jacques Monod: homosexualidad, ¿azar o necesidad? El debate sigue abierto.