Por Arturo Valledor de Lozoya
Creo más en las causalidades que en las casualidades, de modo que no creo casual que lo que en ese momento escribía, sin relación alguna con los volcanes, me hubiese conducido a una figura histórica muy relacionada con ellos, hasta el punto de haber un tipo de volcán que lleva su nombre. Muchos lectores habrán adivinado que me estoy refiriendo a Plinio; y, los que no, deben saber que fue, tras Aristóteles, el primer naturalista conocido. Cayo Plinio Segundo, o Plinio el Viejo, era un sabio romano nacido en Como, en la Galia Cisalpina, en una familia de equites (caballeros). De su maestro hispano, el filósofo estoico Séneca, aprendió que el hombre debe vivir con virtud y conforme a la ley natural y que para ello ha de entender la naturaleza. Su Historia Natural, obra monumental que dedicó al futuro emperador Tito, con el que había combatido en Germania, es una enciclopedia de todos los conocimientos de la época.
Fue un texto de obligada consulta en la Edad Media, cuando muchos monasterios tenían copias manuscritas y se consideraba irrefutable cuanto allí se decía, incluyendo las cosas fantásticas que Plinio escribió de su pluma o copió de otros autores. Suya es la frase de que “observar la naturaleza le había enseñado que nada de lo que uno pudiera imaginar respecto a ella era increíble.” Aparte de escritor y naturalista, Plinio tuvo una intensa vida militar y política que le llevó a ser oficial de caballería, procurador de la Galia Narbonense y de la Hispania Tarraconense, y almirante de la flota de Miseno, puerto del golfo de Nápoles usado por los barcos romanos como base. Este puesto le permitía estudiar y escribir, para lo cual se levantaba tras la medianoche, ya que creía que dormir era perder el tiempo. Como escribió en el prólogo de su Historia Natural, “servía a su emperador de día y a su obra por la noche”. Siguiendo aquello de Beatus ille (dichoso aquel) que Horacio cantó en sus Odas, él prefería el silencio de su estudio en horas nocturnas a los aplausos en grandiosos foros a la luz del mediodía, y creía en la frase del poeta Juvenal de que “nunca la sabiduría dijo una cosa y la naturaleza otra”.
AUTOR
Arturo Valledor de Lozoya es naturalista, malacólogo, viajero y médico jubilado, heredero de una tradición casi desaparecida que une la Medicina y las Ciencias Naturales. Es autor de unos doscientos artículos divulgativos y científicos y de los libros Envenenamientos por animales: animales venenosos y urticantes del mundo (1996), La especie suicida: el peligroso rumbo de la humanidad (2000), Caracoles: joyas de la naturaleza (2006), El Snark cazado (2012) y Ostrero canario: historia y biología de la primera especie de la fauna española extinguida por el hombre (2013).