Texto y fotos: José Pablo Veiga
El Cerro del Telégrafo, también conocido como Cabeza Mediana, es un cerro-isla rodeado de un tupido tejido urbanístico que crece día a día a los pies de la sierra de Guadarrama. Su orografía y su vegetación hacen de este peculiar enclave un valioso reducto de fauna en el castigado piso basal de la sierra madrileña. Su potencial biológico viene refrendado por la abundancia de rapaces diurnas que cazan y nidifican en sus laderas, así como de otros depredadores -carnívoros, rapaces nocturnas- cuya presencia es el resultado de una cadena trófica todavía relativamente bien estructurada y de un ecosistema funcionalmente operativo.
Los depredadores son un grupo especialmente sensible a las molestias causadas por el hombre (Quercus 440, octubre 2022). Si los expulsamos, la dinámica de los ecosistemas se modifica, cambian las características ecológicas que inicialmente los definían, se simplifican y se hacen más vulnerables. En última instancia, pierden diversidad biológica y pueden llegar a desaparecer.
Helicópteros volando... e incluso aterrizando
El elevado valor natural de Cabeza Mediana, representativo de lo que fueron extensas formaciones de encinas (Quercus ilex) y enebros de la miera (Juniperus oxycedrus), hace imprescindible una normativa que, con perspectiva ecológica y social, regule las actividades humanas que amenazan con destruirlo. Una de las más conspicuas, seguramente con fuerte incidencia sobre muchas especies que se reproducen allí, son los vuelos de helicópteros a baja altura.
El Cerro del Telégrafo con su conocida torreta, restaurada hace unos años. En primer término, explanada utilizada regularmente como punto de aterrizaje y despegue de helicópteros.
Cada día es más frecuente observar a estos artefactos -algunos de gran tonelaje- que, de manera indiscriminada y sin atender a los periodos del año en que muchas especies sensibles se reproducen, sobrevuelan las laderas a muy poca distancia sobre los árboles llegando a utilizar la cumbre del cerro como lugar de aterrizaje y despegue. Desde tierra y sin otra información, sólo puedo afirmar que diferentes operadores privados y públicos se acercan al monte en lo que supongo son vuelos de reconocimiento con diferentes propósitos, pero también para realizar lo que constituyen evidentes maniobras de prácticas y entrenamiento.
Urge regular las actividades humanas
Desconozco si este tipo de actuaciones se acometen de acuerdo con la ley pero, en cualquier caso, me parecen un despropósito teniendo en cuenta el valor ecológico y de esparcimiento de un espacio como El Telégrafo. Existen lugares por doquier que constituirían un marco más adecuado para llevar a cabo todas aquellas maniobras que no tengan una finalidad inmediata para la salvaguarda del cerro y de las personas que se mueven por él. En este sentido, hay que enfatizar el hecho de que, por estar situado a caballo entre varios municipios en rápido crecimiento demográfico, una población cada día mayor frecuenta sus pistas y sus sendas.
Pinares de pinos resineros y laricios cubren parte de las laderas del Cerro del Telégrafo en las que nidifican varias especies de aves rapaces. Son regularmente sobrevolados a baja altura por helicópteros.
Sin perjuicio de que también las actividades del cada vez más amplio muestrario humano de "usuarios" del monte –paseantes, grupos escolares, ciclistas, buscadores de setas, observadores de fauna, cazadores y un largo etcétera- necesitan una regulación integral, los derechos de esa numerosa cohorte humana deberían estar por encima de los de aquellos que hacen volar esos ruidosos aparatos a escasa altura sobre sus cabezas. Supuestamente, el marco político en el que convivimos, la democracia, debería garantizar el derecho de una mayoría que quiere conservar nuestro cada vez más menguado patrimonio natural.
AUTOR
José Pablo Veiga (jpveiga@mncn.csic.es) es doctor en Ciencias Biológicas y profesor de investigación del CSIC. Se dedica a estudiar el comportamiento y la ecología de varios grupos de vertebrados e invertebrados en España, África y América.