Cada otoño en los collados pirenaicos se materializa el espectáculo fascinante de la migración de las aves. Es entonces cuando cazadores españoles y franceses declaran la guerra a palomas torcaces y zorzales, así como a otras víctimas colaterales cuya caza está prohibida, que en muchos casos no podrán culminar su viaje anual.
Por Francisco Javier Montoro y Jean-François Terrasse
Cuando el invierno amenaza con abrazar el norte de Europa, las aves migratorias sienten la pulsión irrefrenable del viaje hacia el cálido sur. Volarán cientos, miles de kilómetros, en una singladura admirable. Los ornitólogos se reúnen en esos cuellos de botella que son los pasos migratorios de la montaña pirenaica con el objetivo de disfrutar del espectáculo y también contar -ayudados de telescopios y prismáticos- las aves que pasan.
Es una labor científica que permitirá conocer la evolución de las poblaciones de aves migratorias, como indicadoras de la salud de los ecosistemas. Una actividad inofensiva para las aves, que podrán continuar su odisea para regresar la próxima primavera. Pero simultáneamente en esos mismos collados pirenaicos vascos y navarros se produce un terrible contraste.
AUTORES
Francisco J. Montoro, doctor en veterinaria, es naturalista de vocación, comprometido desde hace más de cuarenta años con la protección de la naturaleza.
Jean-François Terrasse es farmacéutico y ornitólogo. Junto con su hermano Michel y su amigo Félix Rodríguez de la Fuente luchó con éxito por la protección legal de las aves rapaces en Europa. Fue director científico de WWF Francia entre los años 1985 y 2000.
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