Solemos pensar que el éxodo rural registrado durante las últimas décadas es un fenómeno aislado, como si hubiera sido la primera y única crisis del mundo agropecuario en nuestro país. La realidad es bien diferente y nos transporta a tiempos muy lejanos.
Por Alejandro Martínez-Abraín y Juan Jiménez
El pulso entre una vida de servicios en las grandes urbes frente a otra dedicada a la producción primaria en alquerías, masías, caseríos, aldeas y pueblos tiene un largo recorrido histórico. Ya en siglo VI a.C., Esopo lo reflejaba en su fábula sobre un ratón de campo y otro de ciudad. Quizá haría falta remontarse hasta la fundación de las primeras ciudades neolíticas para encontrar las raíces del proceso. Pero sería difícil evaluar los efectos de las primeras pequeñas urbes sobre el abandono de los poblados más rurales.
Los primeros relatos de despoblamiento de las campiñas y concentración urbana proceden de la Hispania romana. Durante el Alto Imperio (siglos I a.C.-III d.C.) y como consecuencia de la Pax Romana, las ciudades crecieron a costa del éxodo rural y se llenaron de grandes edificaciones (teatros, anfiteatros, circos, termas, odeones) para atraer y atender a la creciente población urbana. Todo ello dentro de un marco general de intensa actividad agraria y minera como forma de explotación de las colonias y provincias por la capital. Posteriormente, en el Bajo Imperio (siglos III-V d.C.), las atestadas ciudades se vuelven inseguras y demasiado convulsas, de modo que muchos patricios deciden abandonarlas estableciendo grandes villas (villae) o casas de campo en fincas dedicadas a la explotación agropecuaria. Es de esperar que con ello se diera también un trasvase de mano de obra desde las ciudades al campo, en dirección opuesta a lo que había sucedido en siglos anteriores.
AUTORES:
Alejandro Martínez Abraín es profesor titular en la Universidade da Coruña, donde trata de enseñar ecología a alumnos de tercero del grado de Biología. Las consecuencias ecológicas del abandono del mundo rural figuran entre sus principales líneas de investigación en los últimos cinco años.
Juan Jiménez Pérez es un veterano naturalista, recientemente retirado de la función pública, que se entretiene buscando información sobre los cambios que ha inducido nuestra especie en la fauna ibérica durante los últimos 40.000 años.
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Alejandro Martínez-Abraín
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