Miércoles 22 de octubre de 2014
Los artrópodos son el principal elemento de la biodiversidad planetaria. Los insectos,
por ejemplo, representan más de la mitad de las formas vivientes conocidas. De las
doce mil especies que se descubren al año, tres cuartas partes pertenecen
a esta microfauna. Pero su ritmo de desaparición es aún mayor.
El conocimiento científico, imprencisdible para frenar esta
oleada de extinción, tiene en la entomología una herramienta
de gestión de alcance aún insospechado.
Sólo en dos de las revistas publicadas recientemente por la Sociedad Entomológica Aragonesa han sido descritas unas setenta nuevas especies de organismos para la ciencia. Entre ellas se incluyen dieciséis escorpiones suramericanos, malgaches o ibéricos, otras tantas arañas y una veintena de escarabajos de Turquía, Siria o Pirineos, junto a varias mantis, chinches, mariposas, saltamontes y algunos pequeños esquizómidos.
Todos ellos son organismos que hasta hoy carecían de identidad y nombre. No existían formalmente. Eran como fantasmas a los ojos humanos. Entidades inmateriales que podían ser percibidas en el campo pero no nombradas, incluso por los científicos. Fauna oculta. Desde hoy, sin embargo, pasan a engrosar el patrimonio biológico del planeta, eso que conocemos como diversidad biológica.