Referencias inéditas a la biodiversidad
Miércoles 22 de octubre de 2014
En Quercus estábamos convencidos de que, hasta la fecha, habíamos abordado la fauna desde todos los puntos de vista imaginables. Nos equivocamos: faltaban
las veletas. Ahora, gracias al original trabajo de Federico Suárez y sus dos hijos,
hemos subsanado en parte esta laguna merced al improvisado bestiario
que componen las veletas repartidas por la Comunidad de Madrid.
Están ahí, las veletas, empingorotadas en los tejados de nuestros pueblos, vigías incansables, hablándonos con su silencio del rolar eterno de los vientos. Las miradas de los urbanitas, clavadas en la inmediatez del asfalto, de los pasos de cebra, de los semáforos y escaparates tentadores, no las ven. Parece como si mirar hacia arriba, al cielo, fuese un privilegio reservado a poetas y naturalistas. Y es una pena porque, aunque perdura en las veletas la primitiva forma de saeta que gira alrededor de un eje vertical impulsada por el viento, también es cierto que han dado origen a una singular iconografía, muestrario imaginativo, pedagógico, de la biodiversidad y son, además, testigo de cargo capaz de descubrir la trama invisible, el interés, consciente o inconsciente, que el hombre siente por el mundo animal del que es solidario y por el que las culturas más evolucionadas conservan siempre en el corazón una oscura nostalgia.
Andrónico de Cirro construye en Atenas, allá por el año 100 a.C., la Torre de los Vientos rematándola con una veleta de bronce en forma de tritón, deidad marina a la que se atribuía figura de hombre desde la cabeza hasta la cintura y de pez el resto. De allí se generalizó la costumbre de colocar veletas en las torres y este es, tal vez, el primer testimonio conocido en el que una “especie híbrida” recuerda a los humanos su milenaria vinculación con el mundo animal.