Miércoles 22 de octubre de 2014
Seguro que a muchos de los que visitan en masa la gran urbanización playera de Matalascañas (Huelva) les sorprendería saber que a muy poca distancia sestea un grupo de linces cautivos llamados a hacer historia. El bullicio del cercano emporio turístico contrasta con el silencio y la quietud que se respira en el centro de cría de El Acebuche, discretamente ubicado en el límite occidental del Parque Nacional de Doñana.
El reciente nacimiento de tres cachorros en estas instalaciones, sin descartar que pueda haber más partos en las próximas semanas, ha supuesto una inyección de esperanza sin precedentes en la atmósfera a menudo tan cargada de derrotismo en la que se desenvuelve la conservación del lince ibérico. Sin querer pecar de pretenciosos, desde Quercus hemos contribuido a activar la presión social y mediática que llevó al Ministerio de Medio Ambiente, cuando todavía era titular Elvira Rodríguez, y a la Junta de Andalucía a hacer las paces tras muchos años de enfrentamientos larvados y protagonismos fatuos, a escala técnica y política, en torno a nuestro pequeño tigre.
Aquel acuerdo allanó el camino para este éxito, en el que han tenido mucho que ver las ideas claras de Astrid Vargas, directora de El Acebuche, y su equipo de especialistas. El nacimiento en estado silvestre de más de cuarenta cachorros durante 2004 en los dos últimos santuarios linceros de Sierra Morena y Doñana, así como el hallazgo hace poco de excrementos de la especie en Montes de Toledo, donde ésta se daba por desaparecida, invitan también al optimismo.
Pero la euforia no debería dejar paso a la relajación. El lince ibérico no está ni mucho menos salvado. La cría en cautividad apenas ha echado a andar y se necesitan más centros aptos para albergar animales reproductores, mientras que en el medio natural tienen que ampliarse las repoblaciones de conejo, las mejoras de hábitat y el resto de medidas que ya han comenzado a aplicarse en los últimos años. Las amenazas que le han llevado al borde de la extinción siguen vigentes. Bastantes turistas deben también ignorar, por ejemplo, que en las carreteras que les llevan a Matalascañas muere atropellado, y nos tememos que seguirá ocurriendo, un número inaudito de linces. A mediados de marzo, sin ir más lejos, caía otro más, un machito de dos años de edad.
Allí donde el felino ya ha desaparecido tampoco se debería bajar la guardia. Si la cría en cautividad funciona bien, en pocos años se necesitarán hábitats óptimos y seguros, libres de peligros, dentro del área tradicional de distribución de la especie, para reintroducir animales destinados a colonizar los antiguos dominios linceros. Es por lo tanto hora de ir preparando el terreno para dar en su momento el recibimiento que se merecen a estos elegidos para la gloria.