Miércoles 22 de octubre de 2014
Las graveras son uno de los mayores impactos para los ecosistemas fluviales. Pero la colaboración entre un grupo naturalista y una gran empresa de extracción de áridos, a la hora de restaurar el daño ecológico causado por esta actividad
industrial, ha beneficiado al mejor refugio para las aves acuáticas de la
Comunidad de Madrid, a menos de veinte kilómetros de la Puerta del Sol.
Una concentración de más de un millar de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia) posadas en las isletas de una pequeña laguna parece decirnos que estamos en un lugar especial. Entre ellas, deambula un ejemplar joven de cigüeña negra (Ciconia nigra), que enseguida capta toda nuestra atención. Es 21 de enero de 2005 y, acompañado de Manuel Fernández y Eugenia Alvear, del grupo naturalista Naumanni, acabo de entrar en El Porcal, finca privada de resonancias míticas para los ornitólogos madrileños.
Nadie lo diría, a la vista del apocalíptico paisaje que se extiende ante nosotros de dragas, grúas, excavadoras, cintas transportadoras y demás maquinaria pesada, operando entre montañas y más montañas de gravas y arenas. El ruido de decenas de camiones, que no dejan de entrar para cargar y volver a salir, se sobrepone al murmullo incesante de este enorme complejo industrial al aire libre, dedicado a la extracción de áridos con los que alimentar las ampliaciones urbanísticas y las obras públicas de Madrid y su entorno.