Miércoles 22 de octubre de 2014
A menudo, los estudios de impacto
ambiental no prestan suficiente atención
a las comunidades vegetales, en
comparación con la que dedican a la fauna. Es ilustrativo en este sentido el caso del
erizón, un matorral espinoso endémico de Pirineos y su entorno, afectado por parques eólicos y otras actuaciones en el límite
de su área de distribución, como
ocurre en Navarra.
Asistimos en los últimos años a la proliferación de instalaciones que están modificando el paisaje de nuestras montañas, como infraestructuras de telecomunicación, parques eólicos o pistas de concentración parcelaria. No cabe duda de que afectan, en mayor o menor grado, a las especies vegetales y animales que viven en sus cercanías. Un buen ejemplo de ello es el erizón (Echinospartum horridum).
Esta leguminosa arbustiva tiene un área de distribución limitada al ámbito pirenaico y prepirenaico, que se prolonga tímidamente por el sur de Francia. Es, sin embargo, al sur de los Pirineos donde alcanza su mayor extensión (ver mapa). Así, es abundante en el Prepirineo oscense –su centro de área– donde forma densas comunidades que llegan a superar los 2.300 metros de altitud, aunque es más frecuente entre 600 y 1.700 metros, colonizando crestones ventados y laderas pedregosas, claros de bosque, taludes y campos abandonados. Hacia el este penetra ligeramente en la provincia de Lleida y, hacia el oeste, alcanza la zona media de Navarra. Su presencia en tierras riojanas, aún considerada accidental, parece mantenerse y prosperar en los ambientes alterados en los que se ha instalado.
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