De la descripción prolija a la síntesis binomial
Miércoles 22 de octubre de 2014
El 23 de mayo de 2007 se cumple el tercer centenario del nacimiento de Linneo, el gran naturalista sueco que sentó las bases de la actual nomenclatura botánica y zoológica.
En Växjö, una ciudad situada en su provincia natal, ya se han iniciado los actos
conmemorativos de este acontecimiento, que abarcan un ambicioso programa
de actividades a desarrollar en quince países, principalmente Suecia,
Holanda, Gran Bretaña y Japón.
Es de suponer que cualquier persona culta, conoce a Rembrandt, Miguel Ángel, Bach o Chopin, pero Linneo arrastra todos los inconvenientes posibles para no ser popular. Era científico, escribió en sueco o en latín –con pocas traducciones al castellano– y, además, muchas de sus obras son difíciles de localizar. Fuera de Suecia, la mayoría asociará su nombre a las plantas y poco más (1). Pero, con su obra, comenzó una nueva etapa en la nomenclatura y la clasificación de los seres vivos.
La biografía de Carl Linné es bien conocida (1, 2). Nació en Rashult (provincia de Smaland, Suecia) el 23 de mayo de 1707. Su padre cambió el apellido Ingermarsson por el de Linné, tomado de un enorme tilo (del sueco linn) que crecía en el huerto-jardín familiar (3), lugar donde Linneo empezó a desarrollar ya de niño su afición por la naturaleza. Tras realizar estudios de medicina, viajó por distintos países de Europa entre 1735 y 1738. De regreso a Suecia, se estableció como médico en Estocolmo y más tarde, a partir de 1741, fue profesor en la Universidad de Upsala, primero de medicina y luego de botánica. Entre los muchos honores que recibió a lo largo de su vida está el haber sido admitido en la nobleza en 1761, lo que le permitió añadir el honorífico “von” a su nombre.
Linneo, autoproclamado Princeps Botanicorum, es sin duda el botánico más célebre. Sus aportaciones son numerosas e importantes y su persona ha ido ganando popularidad, sobre todo en Suecia, hasta convertirse en un mito. Él mismo escribió en su autobiografía: “nadie ha sido tan famoso en todo el mundo.” Trabajador infatigable, escribió más de veinte obras de botánica entre 1736 y 1774. Su principal objetivo fue establecer un sistema para clasificar los seres vivos que revelase el orden del Universo creado por Dios, dado que, según él, “Deus creavit, Linnaeus dispusuit”, es decir, “Dios creó y Linneo ordenó”. Gracias a su espíritu emprendedor y organizativo consiguió imponer su método de clasificación en el continente europeo. Con todo, la aceptación no fue unánime y algunos de sus contemporáneos, como Dillenius, Haller o Buffon, criticaron a veces sus ideas. Linneo, que corregía sus trabajos según las sugerencias de sus amigos, despreciaba en cambio los ataques de los que consideraba enemigos. Así, en cierta ocasión contestó: “como mi método no desagrada al Divino Maestro, estoy dispuesto a soportar los ladridos de los perros con el alma tranquila” (1, 3).
Además de sus aportaciones personales, fue un excelente maestro y formó un elevado número de eminentes discípulos, que viajaron a distintas partes del mundo y contribuyeron a expandir su obra. A pesar de todo, ya sea por su marcado egocentrismo o por su enorme ambición, Linneo concita ciertas antipatías. Por ejemplo, en referencia a la llamada flor lapona (Linnaea borealis) podemos leer: “con cuya figura tenía este señor decorada la vajilla de su casa”, lo que da idea del poco aprecio que despierta su persona (4).
Retrato de Linneo realizado por J.H. Scheffel en el año 1739
por Ana Molina, Carmen Acedo y Félix Llamas g
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