Miércoles 22 de octubre de 2014
Habitualmente, escribimos en Quercus para transmitir a otros nuestros conocimientos, paraenseñar lo mucho o poco que
sabemos. En esta ocasión es
distinto. Escribo para preguntar,
para que los demás me digan si han visto algo parecido a lo que
yo he visto y, en ese caso, para animarles a que lo cuenten.
Y si no lo han visto, para que se
fijen de ahora en adelante, por si
tienen ocasión de verlo. Escribo movido por el deseo de saber
más. Y escribo de libélulas.
por Miguel Delibes de Castro
mdelibes@ebd.csic.es
En la tarde del sábado 28 de octubre de 2006 estaba muy ocupado, pues tenía que terminar de retocar un proyecto de investigación de mi amigo Cani Fedriani, que debíamos presentar en los días siguientes. Sin embargo, pasaba el fin de semana en La Punta del Moral (Ayamonte, Huelva), al lado del mar, hacía muy bueno (despejado y sin viento, tras haber caído esa semana más de cien litros; aquel día la temperatura máxima en la no lejana Doñana fue de 26’5ºC y la mínima de 17ºC) y quedarme encerrado en casa después de comer me parecía un crimen. Opté, por tanto, por llevarme a la playa una silla de plástico e intentar trabajar allí. Lo conseguí. Me concentré en el texto del proyecto, tachando cosas y anotando otras en los márgenes, y no levanté los ojos del papel hasta las 17’50 horas (15’50 hora solar). Cuando entonces miré en torno me sorprendió ver muchas libélulas. Fijándome más, todas iban en la misma dirección (paralelas al mar y hacia Isla Cristina, es decir al este-noreste), volaban más o menos a la misma altura (en su mayoría, entre 50 y 120 centímetros del suelo) y de no encontrar obstáculos no modificaban su trayectoria, ni vacilaban, ni se detenían. Por pura curiosidad, conté las que pasaron en 15 segundos entre mi posición y el mar: 9 individuos. No formaban grupos, sino que viajaban de una en una, y su número parecía estar aumentando. Cinco minutos después volví a contar: en 15 segundos pasaron 18 animales. Con asombro, me di cuenta de que probablemente se trataba de un movimiento migratorio, que, por cierto, los escasos humanos ocupantes de la playa no percibían, ya que unos pocos metros antes de llegar a ellos las libélulas los esquivaban, elevándose o cambiando de dirección.
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