Desde el País Vasco, se ha extendido por todo el tercio norte peninsular
Por José Antonio López Sáez y Amanecer González Miguélez
Miércoles 22 de octubre de 2014
El protagonista de este artículo reúne unos cuantos rasgos peculiares. Para empezar desprende un olor nauseabundo, pero tiene sabor dulce y su textura es carnosa. A primera vista parece una estrella de mar roja y maloliente o una seta alienígena. La imaginación también podría ver la mano infernal del mismísimo diablo o un pulpo que naciera invertido de la tierra. Originario de Tasmania, su llegada a España está relacionada con algunos de los episodios bélicos que jalonan la historia reciente de la humanidad.
Todos los seres vivos disponemos de una cantidad limitada de energía para desarrollar nuestras estrategias vitales, tanto las vinculadas a la supervivencia como a la reproducción. En el caso de Clathrus archeri puede decirse que la relación entre energía empleada y resultados obtenidos es muy efectiva. Este hongo singular ha conseguido imitar el tejido de los animales muertos, en estado de putrefacción, mediante una textura rojiza y esponjosa, de aspecto cartilaginoso, salpicada de espacios huecos. A diferencia de algunos hongos gasteromicetos bien conocidos (Bovista, Calvatia, Lycoperdon), el cuerpo fructífero no tiene la típica forma globosa o piriforme, con la gleba y sus esporas cómodamente protegidas en su interior, sino que adopta un aspecto similar a los brazos de una estrella de mar o a los tentáculos de un pulpo, una disposición con la que consigue gastar muy poca materia a cambio de ocupar una superficie circular mucho mayor de la que obtendría si se usara como radio cualquiera de sus apéndices.
Pero las curiosidades no acaban aquí: para facilitar la dispersión de las esporas ha elegido una estrategia reproductiva peculiar pero no muy frecuente en el reino de los hongos, ya que reproduce fielmente el olor de la materia orgánica en descomposición. Su gleba verdosa despide un olor repelente, putrefacto, nauseabundo, sobre todo en la corta distancia, pero en este hedor radica su éxito para atraer a los insectos ávidos de carroña, que confunden tales perfumes con los que emiten los animales muertos. Y, para proseguir con el engaño, los insectos se sienten aún más atraídos por unos brazos que adoptan el color de la sangre, el aspecto de la carne podrida, casi hasta su propia textura. En cualquier caso, Clathrus archeri no improvisa y, a cambio de asegurarse que los insectos que dispersan sus esporas volverán una y otra vez a hacerlo, invierte parte de su energía vital en fabricar un cuerpo fructífero con una gleba que resulta muy alimenticia por su alto contenido en azúcares. Los insectos, en su mayoría dípteros (moscas), volarán aturdidos y ensimismados ante el fragante manjar que les dispensa, probarán la gleba, se impregnarán de su mucílago pegajoso y, en el frenesí de la batalla, dispersarán adheridos a sus patas y otras partes del cuerpo una multitud de esporas. Conforme se desplacen de un lugar a otro, los insectos actuarán como taxis para las esporas de Clathrus archeri, desprendiéndose de ellas poco a poco y extendiendo más y más los propágulos de esta especie. Si tenemos en cuenta que cada hongo puede ser visitado por cientos de insectos, potenciales vehículos de sus esporas, no debe extrañarnos que el éxito reproductivo sea muy, pero que muy efectivo.