El bello producto de una reacción defensiva
Miércoles 22 de octubre de 2014
Hasta que a principios del siglo XX se ideó una técnica para producir perlas cultivadas, el hombre ha esquilmado desde la antigüedad las poblaciones de madreperlas y almejas perlíferas de agua dulce, ya que era necesario matar a miles de estos animales para obtener una sola perla de valor. A su vez, miles de hombres han muerto por pescar perlas.
A decir del naturalista y patricio romano Plinio, “si damos el máximo valor a la vida humana, las perlas son la más valiosa de todas las cosas conocidas”. En efecto, arriesgar la vida era antes la única forma de obtener perlas y por eso representaban poder y riqueza. Paradigma de ello fue la que Cleopatra dio a beber a Marco Antonio disuelta en vinagre. El ornamento de perlas más antiguo del que se tiene constancia, con una datación de 23.000 años, es un collar existente en el museo del Louvre que procede de una tumba de mujer hallada cerca de Susa (Irán). Las perlas se conocían en China hace 4.000 años y en la India y Egipto hace 3.500. Aunque la palabra “perla” proviene del latín pirula, diminutivo de pirum (pera), los romanos solían designar a las perlas por su nombre griego de margaritae. En la Roma imperial, sólo las personas de alto rango podía llevarlas. Eso explica que, tras nombrarle cónsul, el extravagante emperador Calígula le pusiera un collar de perlas a su caballo. La restricción del uso de perlas a los nobles sin distinción de sexos, pues hasta el siglo XVIII no se consideraron un ornamento exclusivamente femenino, también fue adoptada por persas y griegos e incluso persistió durante la Edad Media en algunos países europeos, el nuestro entre ellos a tenor de un edicto promulgado en el año 1380.