El echouch o abeto del Rif
Texto y fotos: José Ramón Guzmán
Miércoles 22 de octubre de 2014
Apenas cien kilómetros al sur de las sierras malagueñas y gaditanas, donde crecen los pinsapares andaluces, hay otro sistema montañoso, el Rif, que verdea con el follaje tupido de los abetos. La historia climática y geológica del Mediterráneo ha permitido la pervivencia de varios núcleos aislados de abetos cuyo parentesco aún no está claro. De hecho, continúa siendo objeto de discusión la categoría botánica de estas poblaciones, con propuestas que varían entre el rango de especie y el de subespecie. Este es el caso de los abetos que viven a ambos lados del estrecho de Gibraltar.
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El origen de los abetos mediterráneos es controvertido y posiblemente se remonte al Oligoceno, hace entre 23 y 35 millones de años, cuando se difundieron desde Asia Menor. Más tarde, durante el Mioceno –hace entre 5 y 23 millones de años–, los abetos primitivos se diversificaron. A lo largo de este extenso intervalo la península Ibérica y África estuvieron unidas durante largos periodos de tiempo, el último de los cuales tuvo lugar hace 6’5 millones de años, al final de la orogenia alpina, época en la que se elevaron los relieves de ambos lados del Estrecho. La reconstrucción del clima del pasado nos ha permitido determinar que se sucedieron etapas con grandes contrastes en las condiciones de humedad y temperatura. Las glaciaciones del Plioceno y el Cuaternario, con su característica alternancia de periodos fríos y secos con otros más cálidos y húmedos, acabaron por definir el tapiz vegetal de una cuenca mediterránea rica en elementos de diverso origen espacial y temporal, así como la ausencia –por desaparición– de otros taxones que no pudieron adaptarse a los cambios climáticos. No obstante, durante los periodos desfavorables, numerosas especies vegetales pudieron sobrevivir en áreas refugio donde las condiciones microclimáticas eran más adecuadas para sus requerimientos.
La especialización del ser humano como animal cultural a partir del Neolítico dio comienzo a una etapa de cambio acelerado en la historia de la vegetación. La cuenca mediterránea fue una de las áreas geográficas que experimentó más tempranamente los efectos de la domesticación de la naturaleza. En el caso concreto de Marruecos, situado en la fachada meridional de sus confines occidentales, las irrupciones de fenicios, romanos y árabes implicaron oleadas sucesivas de deforestación y regresión de los bosques naturales. Las zonas bajas y medias fueron particularmente afectadas por la humanización del medio, en especial las áreas vecinas a las ciudades. En cambio, la vegetación de las serranías pudo preservar en mayor grado su identidad debido a la lejanía y el aislamiento.
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