Miércoles 22 de octubre de 2014
Medio mundo celebra este año el doscientos aniversario de Charles Darwin, que nació el 12 de febrero de 1809. En España, además, es de rigor que recordemos también la trayectoria de Mariano de la Paz Graells, nacido el 24 de enero de 1809 y que sobrevivió a Darwin en 16 años. Sin embargo, la prevalencia del británico es indudable, ya que su Teoría de la Evolución no sólo revolucionó las ciencias naturales, sino que socavó las bases que la cultura occidental había mantenido desde los inicios de la era cristiana. Pocas ideas han tenido una influencia tan decisiva en la vida diaria de millones de personas y ha generado tantos y tan acalorados debates, que se prolongan incluso hasta nuestros días. Graells, por el contrario, fue al principio renuente a las tesis evolucionistas, aunque terminó por aceptarlas tímidamente. Esa diferencia de criterios entre el innovador y el inmovilista ha ensanchado el abismo que se abre entre ambos personajes.
De todas formas, es fácil establecer diferencias con la perspectiva que conceden estos dos siglos. Cuando Darwin publicó El origen de las especies en 1859, Graells era la máxima autoridad de las ciencias naturales en España. Como queda de manifiesto en los artículos que hemos reunido en esta revista, fueron sus alumnos los que se convirtieron sinceramente al darwinismo y propalaron sus ideas por cátedras e instituciones. Sin embargo, nada de todo eso habría sido posible si antes Graells no hubiera puesto los cimientos de la moderna biología en España. Las dos figuras resultan, pues, indispensables para comprender la historia de la ciencia en nuestro país.
¿Qué ha ocurrido desde entonces? Las ideas de Darwin no han dejado de ser cuestionadas por los creacionistas, los defensores de la literalidad bíblica, sobre todo en los sectores más conservadores y ultra religiosos del mundo anglosajón. En la muy católica España los asuntos terrenales han seguido un camino bastante independiente al de los asuntos celestiales, al menos en lo que a la ciencia se refiere. Baste con recordar aquella célebre monografía titulada La Evolución, con el concurso de todas las firmas importantes del momento, editada nada menos que por la Biblioteca de Autores Cristianos. Solamente en los últimos años, como hemos dejado de manifiesto en las páginas de Quercus, han asomado por nuestro país algunas intentonas creacionistas, felizmente anuladas por el estamento científico y académico.
El Reino Unido es, sin duda alguna, una fábrica inagotable de naturalistas, como bien se encargan de airear nuestros compañeros de la Royal Society of Protection of Birds (RSPB), que cuenta con más de un millón de socios y cuyo boletín, Birds, tira más de 600.000 ejemplares. Cifras que, comparadas con las de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) y su revista La Garcilla –o, sin ir más lejos, con las de Quercus– guardan una relación de proporcionalidad similar a la de Darwin y Graells. Sin embargo, los biólogos españoles se codean hoy con sus colegas más punteros y publican en las mismas revistas de prestigio internacional, las ciencias naturales pasan por un buen momento y sólo nos resta, como recomendaba hace poco Carlos M. Herrera en una de sus tribunas, “explicar la evolución en cualquier ámbito social a nuestro alcance”. De ahí este número de Quercus, casi un monográfico dedicado a Darwin y a Graells. Pero, sobre todo, a sembrar conocimiento.