Turno de réplica
Por Sergi García y Antonio Navarro
Miércoles 22 de octubre de 2014
Motor de desarrollo local, apoyo a la conservación, causa de nuevos impactos... Las posibilidades y los límites del turismo lobero siguen dando que hablar. El debate es extensible a todo el turismo de naturaleza, sobre todo al que tiene a la fauna silvestre como reclamo. El lobo es un caso ideal para saber dónde estamos y dónde vamos.
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En Quercus 270 (agosto de 2008), el artículo titulado “Turismo lobero: demos un paso más” aludía a la supuesta presión que el lobo recibe del turismo relacionado con su observación en la Reserva Regional de Caza de la Sierra de la Culebra (Zamora). En los últimos años se ha registrado un aumento de visitantes en este espacio natural, privilegiado por sus condiciones para observar al cánido silvestre. Tampoco se puedo ignorar que el turismo naturalista puede ocasionar perturbaciones importantes en ciertas especies, por lo que es lógico la inquietud suscitada entre conservacionistas y científicos.
Animal mítico, envuelto en una aureola de misterio, el lobo es un animal que seduce irresistiblemente. La mixtificación conduce a buscarlo en rincones recónditos, por sendas angostas y en noches de luna llena. Tópico y realidad se confunden y hace que algunos vayan donde no deberían y hagan lo que no deberían por verlo. Por suerte, son minoría.
Nuestra experiencia como turistas loberos y organizadores de actividades para el conocimiento y la observación de la especie nos dice que es suficiente con censurar cortésmente a esas personas su comportamiento y explicarles por qué es erróneo, de manera que no suele haber reincidencia. Pero dejar entrever que en la sierra zamorana de La Culebra se está produciendo el caos lobero a causa del turista creemos que es un poco exagerado. Lo que sí es cierto es que esa labor de contención, información y advertencia debería cundir más y estar más apoyada.
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