Crónica Viajera
Por Carlos Ibero
Miércoles 22 de octubre de 2014
Una fundación de Indonesia trata de preservar el hábitat de los orangutanes frenando el avance de los cultivos de palma. La diversidad de la selva frente a la aridez de un monocultivo. Entre medias, mucho dinero y un puñado de activistas locales que no renuncia a sus tradiciones.
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Un reciente viaje a Indonesia me ha permitido conocer en directo lo que está ocurriendo con los bosques de Borneo y su sustitución por palmeras para la producción de aceite (Elaeis guineensis). Por supuesto, es un asunto sobradamente conocido, pero una cosa es saberlo y otra verlo y pisarlo para apreciarlo un poco mejor, tanto en lo racional como en los anímico. Se trata simplemente de la tala a matarrasa de los árboles, la venta de la madera de cierto valor, la corta y quema de la restante, el apisonamiento de los suelos de turba que en su día albergaban gran parte de los bosques de la isla y que no serían capaces de sostener a las palmeras, la apertura de canales para drenar estas superficies inundadas o semiinundadas de forma natural y, finalmente, plantar las palmeras. Bueno, me doy cuenta de que he dicho “simplemente” y la verdad es que planificar y ejecutar la eliminación de un ecosistema de forma tan concienzuda y rigurosa no es tan simple.
Un resultado inmediato es la desnudez del suelo, ya sea de turba o de arena, al que hay que nutrir constantemente con grandes cantidades de fertilizantes y biocidas de todo tipo para que la plantación de palmas pueda medrar. Y el tratamiento es un éxito, pues crecen rápidas y exuberantes. Pero nada más; no crece nada más; sobre ese suelo lo único que se ve son las correosas hojas de las palmeras que hay que ir podando para extraer los frutos que contienen el aceite.
La zona visitada limita con el Parque Nacional Tanjung Puting y se encuentra en el suroeste de Borneo, dentro de la zona indonesia de la isla, denominada Kalimantan. Allí las plantaciones amenazan los pocos retazos de vegetación natural –que no bosque primario– que aún perduran. Pero las plantaciones avanzan, en este caso hacia el sur, hacia el río Sekonyer, limítrofe por el oeste con dicho parque nacional. En el interior de este espacio protegido, la Fundación Orangután (Orangutan Foundation International) ha dispuesto diversos puntos de alimentación para los orangutanes (Pongo pygmaeus), entre ellos el famoso Camp Leaky. Los orangutanes acuden a ellos diariamente en busca de la comida, plátanos y leche, que se les proporciona en unas plataformas donde los turistas pueden observarles a unos cinco metros de distancia. Desde luego, el espectáculo es impresionante; una maravilla para cualquier naturalista, zoólogo o simplemente amante de la naturaleza. Pero no deja de ser paradójico que los orangutanes de un parque nacional vengan a comer de la mano del hombre con la aparente excusa de que en la selva no hay suficiente alimento. Desde luego, no puedo opinar sobre esto, porque no conozco el marco general de trabajo de este programa de alimentación ni tampoco sus detalles, pero lo que sí está claro es que supone un eficaz reclamo turístico para los (pocos) visitantes que acuden a esta zona de un país tan maravilloso como Indonesia. Y con este comentario no quiero ser irónico: a ese reclamo acudí yo también.
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