Miércoles 22 de octubre de 2014
Este número de Quercus viene con tres artículos sobre fauna necrófaga. Subyace en todos ellos la idea de que ante la falta de comida para nuestras especies carroñeras, derivada de la retirada sanitaria de cadáveres ganaderos, no es suficiente, o no siempre es la mejor opción, abrir grandes comederos artificiales, como se está haciendo en las estrictas condiciones que permite la legislación. Los expertos desconfían de que estos nuevos muladares “de conveniencia” puedan emular la complejidad de los procesos ecológicos asociados a las carroñas.
Por suerte, se ha abierto una puerta a que algunos restos ganaderos, bajo ciertas garantías sanitarias y en determinadas zonas, queden expuestos en el campo, sin la obligación de destruirlos o de depositarlos en un aséptico muladar. Debemos felicitarnos por que la Unión Europea haya incorporado esta posibilidad al proceso de reforma –que las instituciones comunitarias están a punto de culminar– del famoso reglamento 1774/2002 sobre Subproductos Animales No Destinados Al Consumo Humano (SANDACH).
Hace siete años, este reglamento marcó un antes y un después al imponer la obligación de retirar y eliminar el ganado muerto, privando de un recurso vital a la fauna silvestre, que ahora en cambio se verá beneficiada con la inminente modificación de la misma normativa. Esto hay que agradecérselo en buena parte a dos ONG españolas: SEO/BirdLife, como embajadora de las aves necrófagas, y el Fapas, que defendió a osos y lobos, más dependientes de las carroñas de lo que a menudo se cree.
En el momento clave de las negociaciones, estas asociaciones supieron vender sus reivindicaciones en los despachos de Bruselas. El apoyo de algunos funcionarios españoles concienciados y de políticos influyentes como la eurodiputada Rosa Miguélez facilitó las cosas. Pero lo más decisivo ha sido la intuición y dedicación de las personas que, representando a esas ONG, o colaborando con ellas, han trabajado en la sombra. Del derrotismo y la impotencia, al comprobar cómo demasiado a menudo decisiones tomadas por la lejana burocracia comunitaria no tenían en cuenta el valor o la peculiaridad de la biodiversidad ibérica, hemos pasado a ejercer de lobby para nada menos que orientar la legislación europea a favor de nuestras especies y hábitats.
Dicho esto, avisamos de que aún no está todo hecho. La Comisión Europea debe elaborar la normativa de desarrollo del nuevo reglamento, con el riesgo de que su peso conservacionista sea rebajado a última hora. Y se necesita que las comunidades autónomas, competentes para aplicarlo desde el mismo momento en el que se publique en el Diario Oficial de la Unión Europea, en un contexto muy condicionado por el enorme gasto público dedicado actualmente a la retirada y eliminación de restos ganaderos y todos los intereses creados en torno a ello, apuesten decididamente por favorecer a los animales necrófagos. Ya sólo por la función a menudo olvidada de ser los agentes sanitarios más baratos y eficaces del medio natural, creemos que es una responsabilidad ineludible.