Una nueva especie ha sido descrita recientemente en Andalucía
Por Carlos M. García, Juan García de Lomas y Miguel Alonso
Miércoles 22 de octubre de 2014
Los invertebrados acuáticos que viven en aguas temporales son todavía un grupo mal conocido, tanto por los biólogos como por los responsables de la Administración y, sobre todo, por el público en general. Los anostráceos pueden ser un buen ejemplo de este anonimato, un curioso orden de branquiópodos procedente de tiempos remotos que se ha refugiado en charcas efímeras para eludir la competencia y la depredación.
Libros Recomendados :
EL LINCE IBÉRICO
¡ Visita nuestra Tienda !
Crear un marco adecuado para reflexionar sobre los anostráceos y su conservación requiere trasladarse muy atrás en el tiempo. A un planeta en el que las formas unicelulares fueron las únicas presentes durante miles de millones de años y en el que, en un momento dado –en el Cámbrico, hace unos 500 millones de años–, comenzaron a diversificarse los metazoos. Desde ese momento comenzó a librarse una dura guerra evolutiva que aún persiste en nuestros días, una guerra de linajes en la que se sostuvieron largas y continuadas batallas por la supervivencia. Los principales eventos de esta lucha se dieron sobre todo en el mar. La selección natural determinó que numerosas estirpes se extinguieran debido a que las especies que las representaban eran repetidamente diezmadas por nuevos depredadores, no podían adaptarse a los cambios ambientales o se veían desplazadas por sus competidores.
En el Cámbrico, por ejemplo, dominaban el mar grandes depredadores precursores de los artrópodos como el soberbio Anomalocaris, cuyo aspecto era semejante al de un gigantesco anostráceo. Anomalocaris es sólo un ejemplo de uno de esos linajes que perdieron la batalla y se extinguieron, ya que no pudieron sobrevivir a la expansión y diversificación de otros grupos. En esa lejana época, cuando la futura aparición del hombre sobre la Tierra era sólo una remota posibilidad, ya aparecieron precursores de los anostráceos actuales como Rehbachiella. Este hecho permite considerar a los anostráceos como un grupo de muy antiguo linaje, que persiste sobre la faz del planeta desde los mismos principios de esa lucha encarnizada entre metazoos.
Sin embargo, se da la paradoja de que este grupo es, al tiempo que un antiguo y duro superviviente, también en parte un derrotado, ya que se ha visto confinado a unos pocos hábitats acuáticos continentales muy particulares, que le sirven de refugio ante la competencia y la depredación. En efecto, los anostráceos, presas fáciles para peces y otros depredadores acuáticos, se refugian en cuerpos de agua difíciles de colonizar o donde la depredación es menos intensa. Los encontramos en aguas efímeras (charcas formadas por la lluvia en terrenos llanos de vocación palustre), poco profundas (muchas veces de apenas unos centímetros de profundidad) o recubiertas de un denso tapiz de carófitos y otras plantas acuáticas. En ocasiones también aparecen en aguas hipersalinas e incluso en oquedades del tamaño de una bañera, como el curioso hábitat que han encontrado en las tumbas antropomorfas excavadas en roca. La adaptación a estos hábitats extremos ha constituido su tabla de salvación en esa guerra de cientos de millones de años a la que aludíamos. Son sistemas acuáticos donde la existencia o la efectividad de los depredadores acuáticos y las especies competidoras desaparecen o se atenúan mucho. Los anostráceos han desarrollado adaptaciones que les permiten sobrevivir en esas condiciones aparentemente tan duras para todo organismo acuático, entre ellas la propia desaparición del agua durante largas temporadas.