Editorial

Triunfo en Copenhague

Miércoles 22 de octubre de 2014
Como todo el mundo sabe, la tan esperada cumbre sobre el cambio climático celebrada en Copenhague el pasado mes de diciembre se ha saldado con un estrepitoso fracaso. Se veía venir. Es lo que pasa cuando se reúnen personas que no tienen ningún interés en resolver el asunto que les ha convocado. Luchar contra el cambio climático supone cuestionar el actual modelo de desarrollo y, claro, eso sí que no. Además, a esa desgana inicial hay que añadir otras cuestiones bien conocidas y de peso decisivo en los resultados. Por ejemplo, la escandalosa connivencia entre los dos países más contaminantes del mundo, Estados Unidos y China, obligados a ir de la mano en este y en otros muchos asuntos. Entre otras razones, porque Estados Unidos es un país muy endeudado y China su banquero. Así las cosas, el desenlace estaba cantado.

Una vez más, las triunfadoras han sido las organizaciones no gubernamentales, que han dado todo un ejemplo de solidaridad planetaria, capacidad movilizadora y sentido cívico. Correspondido de forma bastante grosera por los organizadores de la cumbre y las autoridades danesas. Era tanto el contraste entre lo que pasaba dentro y fuera del Bella Center que a los delegados debería caérsele la cara de vergüenza. Pero, si alguien ha salido triunfante de Copenhague, ese ha sido Juan López de Uralde, Juancho, el director ejecutivo de Greenpeace España. Por más que haya sufrido en sus propias carnes el rigor carcelario de ese modelo de tolerancia que parecía Dinamarca. Los activistas de Greenpeace, con Juancho a la cabeza, que lograron colarse en la cena de gala que servía de colofón a la pantomima de la cumbre enarbolaron unas pancartas que resumían la frustración de millones de personas: menos palabrería hueca y más hechos. Ellos serán la imagen de esta cumbre fallida en archivos y hemerotecas.

Ahora todo ha quedado aplazado, una vez más, hasta la nueva reunión prevista para finales de año en México. Otra cita costosísima –en todos los sentidos– que, visto lo visto, tiene toda la pinta de convertirse en un segundo fiasco. Y, mientras tanto, el reloj sigue corriendo. Los gases con efecto invernadero se acumulan en la atmósfera y el delicado equilibrio del clima mundial, tal y como lo conocemos, seguirá pendiente de unas medidas que nunca llegan.

Tras considerar el problema globalmente, en este número de Quercus nos ocupamos de divulgar sus efectos a escala local. Ahí están, por ejemplo, los altibajos que se han detectado en las poblaciones de aves comunes en Cataluña, con un creciente predominio de las especies de ambientes cálidos y una progresiva retirada de las de climas más fríos. O las mayores distancias que están obligadas a cubrir algunas aves migratorias europeas. En agosto de 2009, una brusca subida de la temperatura del agua causó una alta mortandad de equinodermos en las costas de Granada. Por no hablar del incierto futuro del topo ibérico, una especie endémica de nuestra fauna, que puede utilizarse como testigo, no ya del cambio climático, sino del cambio global.

Minucias, sí. Pero también síntomas inequívocos de que vamos por mal camino. Aplazar una y otra vez las decisiones incómodas pero necesarias es una actitud irresponsable, por no decir infantil. Pero nuestros dirigentes están muy lejos de la madurez en materia ambiental.