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La polémica de las estepas

Visiones científicas de la naturaleza en la España del regeneracionismo

Por Santos Casado

Miércoles 22 de octubre de 2014
Quercus ofrece a sus lectores un avance del libro Naturaleza patria que publica la editorial Marcial Pons Historia y del que es autor Santos Casado, colaborador habitual de nuestra revista. En esta obra se aborda un panorama histórico de la imagen científica y cultural de la naturaleza en la España del regeneracionismo. A continuación reproducimos, con leves modificaciones editoriales, un extracto del apartado Estepas irredentas, dedicado a las visiones suscitadas por las vastas llanuras desarboladas del interior peninsular.

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A compartir con los nobles moradores de la estepa “la soledad, los rigores de la intemperie, la alimentación sobria, el lecho duro y la curiosidad en conocer las maravillas de la vegetación” (1) acude desde Madrid, en los primeros años del siglo XX, el sabio botánico Eduardo Reyes Prósper. Convencido creyente, como tantos entonces, en la virtud de la ciencia como herramienta de regeneración, Reyes Prósper se apresta a proporcionar datos empíricos que den fundamento a una redención tecnológica de las estepas. Explora las posibilidades forrajeras de las plantas esteparias, de las que da análisis químicos y observaciones sobre los ganados que las consumen, repasa sus aplicaciones medicinales y hasta su interés ornamental. Incluso cree haber encontrado un eficaz abono en ciertas masas de plantas acuáticas que crecen en el salino lecho de algunas lagunas esteparias (2).
La perfecta inutilidad aplicada de los estudios de Reyes Prósper mantuvo la cuestión esteparia disponible para aún otro notable capítulo de la botánica al servicio de la regeneración. Su protagonista fue Emilio Huguet del Villar, una de las figuras más originales, brillantes y desaprovechadas de la ciencia española de la primera mitad del siglo XX (3, 4). Nacido en 1871 en la localidad barcelonesa de Granollers, este periodista de profesión, que habitualmente firmaba como Emilio H. del Villar, decidió en torno a 1910 reorientar su carrera para convertirse de modo autodidacta en geógrafo y naturalista. Su formación en botánica, una de las disciplinas en las que alcanzó un nivel de competencia sobresaliente, tuvo precisamente a Eduardo Reyes como mentor, por lo que Villar conoció de primera mano las virtudes del tema estepario como foco de notoriedad científica.

Hacia 1915, ya casi por completo abandonada su dedicación periodística, Villar se planteó seriamente asumir la introducción en España de las nuevas orientaciones de la ecología y la geografía de las plantas, que él englobó bajo la etiqueta de geobotánica. Tras un proceso de maduración complicado, en el que finalmente adoptó como principal marco teórico de referencia la ecología sucesionista del estadounidense Frederic E. Clements, con su énfasis en la dinamicidad temporal de las comunidades vegetales (5), Villar escogió cuidadosamente la interpretación de la vegetación esteparia como la cuestión con la que presentarse ante la comunidad científica y la opinión pública como el primer ecólogo español. Lo hizo en un brillantísimo artículo publicado en 1925 en varias entregas de la revista Ibérica, cuya tesis pasaba por refutar la existencia de verdaderas estepas en el centro peninsular, para proponer como explicación alternativa y deliberadamente polémica una interpretación de las áreas de vegetación abierta como resultantes de la deforestación históricamente producida por el hombre.

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