Miércoles 22 de octubre de 2014
Los políticos son especialistas en parar relojes y eludir compromisos. No hay más que echarle un vistazo a este desdibujado Año Internacional de la Biodiversidad. Cuando el plazo de tiempo parecía suficientemente lejano, una bonita e inofensiva campaña marcó el año 2010 como la meta de una cuenta atrás para reducir la pérdida de biodiversidad en todo el mundo. Bien, ya estamos en el 2010 y no se ha hecho apenas nada para evitar el problema. Más bien, todo lo contrario. ¿Algún inconveniente? Ninguno. Volvemos a poner el reloj en marcha, fijamos el siguiente plazo en 2020 y a seguir con el modelo de desarrollo, incompatible con el fin propuesto. No tenemos una bola de cristal ni pasamos por agoreros, pero nos atrevemos a pronosticar que en 2020 las cosas seguirán igual o peor que en 2010. La combinación de buenas palabras y falta de iniciativa parece formar parte del juego, como la corrupción, así que nadie se escandaliza demasiado. Mientras tanto, vivimos inmersos en la sexta extinción global, protagonizada por nosotros mismos. Pero, como bien decía el jefe galo Abraracurcix, temeroso de que el cielo cayera sobre su cabeza, “eso no va a pasar mañana”.
El problema radica en que –¡pobres ingenuos!– estamos muy lejos de poder fijar la verdadera cuenta atrás. Una cosa son las campañas publicitarias y otra muy distinta la realidad. Esa cuenta atrás avanza, inexorablemente, hacia un punto que, para los humanos, será de no retorno. El cielo, o algo parecido, caerá sobre nuestras cabezas si no hacemos algo para evitarlo. Sin documentos, sin presentaciones, sin corbatas, sin festejos y sin años internacionales. En realidad, estos fiascos relacionados con la pérdida de biodiversidad se parecen mucho a los que suelen deparar las reuniones sobre el cambio climático. No en vano ambos conflictos tienen las mismas raíces y, sumados, vienen a componer lo que se ha dado en llamar Cambio Global.
Por otra parte, el Consejo Europeo tiene previsto aprobar cuanto antes la Estrategia UE 2020, que no debe confundirse con la cuenta atrás de la misma fecha. Esta sí que tiene visos de llevarse a la práctica, pues marcará las líneas básicas de la política europea durante los próximos diez años. Vamos que sólo coinciden en la cifra. Además, su principal objetivo está nítidamente marcado y no parece alarmar a nadie: el crecimiento económico de la Unión Europea, un tema que sí debe tomarse en serio. Ecologistas en Acción se ha apresurado a denunciar que la nueva estrategia no persigue “la sostenibilidad ambiental o la equidad social, porque el aumento continuado de la actividad económica es imprescindible para que el sistema capitalista funcione.” Sería como dejar de dar pedales en una bicicleta: “al final te caes, el sistema colapsa.”
He aquí el quid de la cuestión. ¿Cómo mantener el actual modelo de desarrollo, basado en el capitalismo, sin perturbar gravemente el escenario en el que todos nos movemos? Visto lo visto, es imposible. Quedan dos salidas: seguir como hasta ahora mientras el cuerpo aguante o buscar un modelo alternativo –y seguramente revolucionario– que invierta la actual tendencia. El ecologismo empieza a ofrecer algunas pautas, como el lema que Ecologistas en Acción propone como fin deseable de la estrategia europea: “menos para vivir mejor en equidad”.