Miércoles 22 de octubre de 2014
Doñana acaba de cumplir treinta años como Reserva de la Biosfera y el aniversario invita a hacer balance. ¿Ha beneficiado esta figura de protección internacional al más famoso de nuestros espacios protegidos? Parece que poco o nada. Otros ejemplos parecen confirmar el diagnóstico: Daimiel en particular, y La Mancha Húmeda en general, son también una Reserva de la Biosfera y van de mal en peor. Hace poco el Financial Times publicó la noticia de que Lanzarote podía perder dicho estatus debido a los desmanes urbanísticos, extremo que se apresuraron a desmentir el Cabildo Insular, el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino y hasta la propia Unesco, que es el organismo encargado de designar estas reservas dentro de su programa El Hombre y la Biosfera (MaB). Al socaire de la polémica, el director de la Estación Biológica de Doñana, Fernando Hiraldo, reconoció no saber “hasta qué punto esta etiqueta ha repercutido de forma directa en la conservación” del parque nacional y su entorno.
Pero el problema no radica tanto en la declaración de una Reserva de la Biosfera como tal, sino en el cumplimiento de los criterios que la inspiran. Carentes de contenido y de presupuesto, las reservas, al menos en nuestro país, no pasan de ser meras declaraciones formales. No hay fondos económicos, como también denunciaba Hiraldo, ni ganas de explorar todas las posibilidades que ofrecen estas figuras. Así que el hecho de que un espacio se convierta en Reserva de la Biosfera viene a ser como tener un tío en Alcalá. Ni fu, ni fa.
Ecologistas en Acción, SEO BirdLife y WWF España han hecho pública una lista con todas las carencias de Doñana como Reserva de la Biosfera. No tiene una delimitación ni una zonificación adecuada, tampoco plan ni comité de gestión y menos aún ha desarrollado un proceso de planificación participativo. Vamos, que no funciona como una Reserva de la Biosfera. Para que así fuera, debería seguir las tres directivas básicas marcadas por la Unesco: conservación de los valores naturales, formas de explotación sostenibles e impulso a la investigación, la educación y la formación. Cualquiera que conozca Doñana sabe que nada de esto se hace al amparo del Programa MaB.
Las tres organizaciones ecologistas abogan por ampliar los límites de la Reserva de la Biosfera para que coincidan con los del Plan de Ordenación Territorial del Ámbito de Doñana. El parque nacional quedaría como zona núcleo y el espacio natural actuaría como una barrera contra las agresiones externas. Como afirman en un comunicado conjunto, “no tiene sentido que en Doñana se sigan planteando proyectos como el desdoblamiento de carreteras, la construcción de oleoductos y gasoductos, el dragado del Guadalquivir o un trasvase desde el Guadiana”. Y, sobre todo, “que se mantenga la sensación de impunidad en el uso ilegal del suelo y el agua”. Los regadíos ha acabado ya prácticamente con Daimiel y en el entorno de Doñana proliferan los cultivos ilegales de fresón, muy exigentes en agua. Resolver estos conflictos es precisamente lo que debería dar sentido a una Reserva de la Biosfera.
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