Miércoles 22 de octubre de 2014
Dos años después de su declaración, el Parque Nacional de Alhucemas, situado en la costa
mediterránea marroquí, depende de la ayuda
exterior y del trabajo
incansable de las
organizaciones no
gubernamentales,
tanto locales
como extranjeras,
para alcanzar
sus objetivos.
La costa mediterránea de Marruecos no recuerda en nada a la española, a pesar de la escasa distancia que las separa y de pertenecer a la misma región biogeográfica. Mientras la orilla europea se ha visto drásticamente transformada en las últimas décadas, la africana conserva todavía un aire salvaje y rural, con grandes extensiones de acantilados y playas de difícil acceso. La densidad de población es mucho más baja y los habitantes se encuentran repartidos en pequeñas comunidades dispersas que generan un impacto aún moderado en su entorno. Todo esto ha permitido que los valores naturales, tanto marítimos como terrestres, se hayan preservado de una forma que resulta impensable al otro lado del Estrecho, aunque esta situación puede cambiar en un futuro no muy lejano. Toda la región rifereña se ha visto tradicionalmente marginada dentro del conjunto de Marruecos. La conciencia histórica de una identidad bereber, menos arabizada, el hecho de poseer una lengua propia y la lejanía de los centros de decisión, por no hablar de los conocidos levantamientos de la República del Rif contra el poder central, sumieron a sus habitantes en un estado de abandono vigilado. Hoy, sin embargo, han entrado en juego otros factores y conviene a las autoridades, tanto marroquíes como españolas, que esta zona se desarrolle y ofrezca alternativas a una población tentada por la emigración clandestina a Europa y abocada al envejecimiento. De ahí que haya empezado a construirse una moderna carretera a lo largo del litoral y que los consorcios inmobiliarios y turísticos vean en las costas del Rif un mercado abierto donde aplicar el modelo de sol y playa que tan altos rendimientos ha dado en el Mediterráneo español.
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