Crónica de un trabajo de campo compartido
Por Amparo Mora Cabello de Alba
Miércoles 22 de octubre de 2014
Los trabajos importantes no pueden realizarse más que en equipo, eso me lo ha enseñado mi padre: la unión hace la fuerza. Es difícil escribir representando a un equipo y dejar de lado los comentarios personales. Mi nombre es Amparo Mora, trabajo como bióloga en el Parque Nacional de los Picos de Europa y, junto con muchos otros compañeros, estamos intentando profundizar en el conocimiento de los anfibios y los reptiles de este macizo montañoso.
En julio de 2010 el Organismo Autónomo Parques Nacionales publicó el libro Anfibios y reptiles del Parque Nacional Picos de Europa, que sintetiza todo el conocimiento que hemos ido adquiriendo sobre este tema desde que iniciamos los primeros muestreos en la primavera de 2002 (1). Al libro remito a todos los que tengan curiosidad o necesidad de trabajar con los datos concretos (mapas, citas, fenología, especies), pero me gustaría en este artículo, si mis compañeros me lo permiten, aportar un punto de vista personal y femenino. Me gustaría explicar cómo se ha desarrollado el trabajo, cómo se gestó, cómo se fraguó, cómo hemos ido construyendo unos sobre otros y qué podemos ofrecer hoy en día. Los principales protagonistas van a ser las personas, elemento fundamental de este estudio.
En 2002 me adjudicaron destino fijo en Asturias: Parque Nacional de los Picos de Europa. Yo siempre he querido ser bióloga, desde pequeña, y por fin había aprobado una oposición para trabajar en un parque nacional. La perspectiva era excepcional. Sin embargo, el batacazo fue considerable. El elemento humano en la Administración me dejó un poco decepcionada. Tras resolver una montaña infinita de expedientes sancionadores, con la tarea hecha, exigí ejercer mi verdadera vocación y, menos mal, pude empezar a salir a conocer estas montañas. De la mano de muchos guardas empecé a poner mis músculos a tono, a maravillarme con estos paisajes, a pasar días infinitos observándolo todo. Mi trabajo es un auténtico privilegio y los Picos de Europa ofrecen posibilidades ilimitadas. Ángel Fernández, biólogo que en aquellos tiempos trabajaba para la empresa Tragsa, me contagió su entusiasmo por el estudio de los anfibios.
Nos planteamos un muestreo de todos los puntos de reproducción de alta montaña en el parque, que no pasaban de una docena dada la naturaleza kárstica del terreno (la roca caliza es como un queso gruyere que filtra toda el agua, con la excepción de unas pequeñas charcas con sustrato impermeable). De aquella, no sabíamos distinguir ni las distintas especies, mirábamos y remirábamos todos los charcos, todas las riegas, todas las puestas. No teníamos ni idea de en qué fechas comenzaba la reproducción de cada especie, tampoco de su distribución y nos ceñíamos como única referencia al informe que en 1991 habían elaborado Alberto Álvarez López, José Luis Álvarez Vasserot y Tomás Chica Bermejo para la Asociación Herpetológica Española (2). Ángel Fernández cambió de trabajo y, ya sin él, continuamos con los muestreos de anfibios en las lagunas de alta montaña.
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