Miércoles 22 de octubre de 2014
En el año 2003 el Instituto Español de Oceanografía elaboró un informe sobre la presencia de arsénico y metales pesados, todos ellos elementos de alta toxicidad, en pescados y mariscos de interés comercial. Cuatro años más tarde, en 2007, Oceana solicitó una copia de dicho informe que, al serle negado, tuvo que reclamar ante los tribunales de justicia. En diciembre de 2009 la Audiencia Nacional falló a favor de Oceana, pero el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino retrasó la entrega del informe hasta marzo de este año. Poco después, el 14 de abril, el Instituto de Salud Carlos III dio a conocer un estudio que mostraba los altos niveles de mercurio en sangre que padecen los ciudadanos españoles. Consumimos una media de 40 kilos de pescado por persona y año, por lo que nuestro organismo acumula hasta diez veces más mercurio que, por ejemplo, el de un alemán. La caja de los truenos se destapó definitivamente a finales de junio, cuando la prensa se hizo eco de una nota de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) en la que recomendaba que los niños menores de tres años y las mujeres embarazadas o lactantes se abstuvieran de consumir atún rojo y pez espada. La causa: el alto contenido de mercurio detectado en ambas especies.
Como bien saben los lectores de Quercus, el mercurio es un elemento muy tóxico que se acumula a lo largo de las cadenas tróficas y puede acarrear serios problemas a los ocupantes de los últimos eslabones, los grandes depredadores del mar, como el pez espada, los atunes y los tiburones. Por supuesto, en esta lista de afectados también figura el hombre, que viene a ser el consumidor final. En España, una de las principales fuentes de contaminación por mercurio es la industria del cloro, que sigue utilizando una tecnología obsoleta y muy peligrosa. Según Oceana, en España hay todavía ocho plantas de cloro-álcali a pleno rendimiento: una en Andalucía, dos en Aragón, otra en Cantabria, tres en Cataluña y la última en Galicia. Xavier Pastor, director ejecutivo de Oceana, ha insistido en que “lo fundamental es adaptar ya las plantas de cloro-álcali y sustituir su tecnología por otra libre de mercurio, que existe desde hace años y debería estar aplicándose desde 2007 según la legislación europea”. Pero los problemas no terminan ahí. En el mismo informe, la AESAN advierte también del riesgo que entraña consumir espinacas y acelgas, por su alto contenido en nitratos, y de crustáceos, contaminados por cadmio.
Nos encontramos, una vez más, ante los síntomas de un modelo de desarrollo enfermo e insostenible, que hace aguas por todas partes. No se trata de un problema puntual, sino sistémico. Pueden barajarse soluciones parciales, pero de nada servirán a largo plazo si no se adoptan medidas de mayor calado. En un mundo donde la economía es lo último que se ha globalizado, nos hemos convertido en las víctimas de nuestra desmedida ambición y arrogancia. Lo más chusco del asunto es que, si finalmente se recuperan las poblaciones de atún rojo, hoy casi exhaustas, no será gracias a ese deseable cambio de paradigma, sino al miedo de padecer una intoxicación severa.