Isaac Vega en el jardín de su casa con un ejemplar del número 41 de Quercus (julio de 1989), donde publicó su primera colaboración, y una acuarela que representa a un pico menor (Dendrocopos minor), obra del ilustrador Antonio Ojea.
TRIBUNA
Por Isaac Vega
Miércoles 22 de octubre de 2014
Coincidiendo con el cierre del Año Internacional de los Bosques y ahora que celebramos el trigésimo cumpleaños de la revista que tienes en tus manos, con un número tan especial y arbolado, me vienen a la memoria la enorme gratitud y el cariño que guardo al pequeño equipo de grandes profesionales que la hacen posible y algunas casualidades…
En julio de 1989 publiqué mi primer artículo en Quercus: un reportaje sobre la situación del pico menor (Dendrocopos minor) en la península Ibérica y la natural implicación del menor de nuestros pájaros carpinteros con el futuro de las viejas arboledas y su fragmentación. Durante más de dos décadas, las páginas de esta revista me han brindado la posibilidad de viajar virtualmente a algunos de los bosques más hermosos y amenazados de nuestro planeta, descubriendo los grandes retos que han de afrontar muchas especies forestales en peligro, además de conocer y difundir qué hace para defenderlos la organización para la que trabajo desde entonces: WWF; que, casualmente, celebra ahora su 50 aniversario.
Tras leer, bucear y patear sobre cientos de arboledas, confieso estar enamorado del fascinante mundo de misterios y satisfacciones que te envuelve en la espesura de un auténtico bosque. Poco importa si pisas la alfombra otoñal de un hayedo o rebollar, o das un paseo invernal por un nevado abetal, pinsapar o pinar; si te dejas atrapar por la magia de una laurisilva o sigues la orilla del curso primaveral de un río abrazado por espigados álamos y alisos; si caminas por la agostada espesura estival de un monte mediterráneo, buscando la sombra de una vieja encina o alcornoque, o te atreves a sudar y soñar en el inmenso y húmedo verdor de un frondoso bosque tropical. Todas estas frondas y muchas más atesoran y regalan una oferta única de sensaciones, olores, sonidos y colores, una ventana de paz sin igual a un rico paraíso natural.
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