El singular diseño de las hojas de la lechuga silvestre (Lactuca serriola) es la clave de su resistencia a los suelos pobres y secos.
Miércoles 22 de octubre de 2014
Gracias a su peculiar ciclo biológico y a otras curiosas adaptaciones, la lechuga silvestre ha conseguido ser una planta muy resistente. Dentro de estas estrategias destaca su capacidad para segregar principios tóxicos que la protegen de los herbívoros, unas sustancias de las que el hombre ha sabido sacar provecho en múltiples aplicaciones a lo largo de la historia.
J. Ramón Gómez
ramongomez@herbanova.es
AUNQUE NUNCA DESTACARÁ por su belleza entre las demás plantas, la lechuga silvestre (Lactuca serriola) ha desarrollado unas apasionantes adaptaciones a los medios más hostiles. Además, la protagonista de este mes es el origen de una conocida hortaliza homónima, fuente de sustancias medicinales, ingrediente de hechizos mágicos y componente de recetas anafrodisiacas, hechos que la convierten en una de las hierbas comunes más interesantes de nuestro entorno. Tan peculiar planta habita, por otra parte, en áreas perturbadas como cunetas, suelos baldíos, vías férreas y riberas secas. De hecho, su alta resistencia a la sequía le permite soportar altos grados de salinidad, por lo que podemos localizarla incluso en las dunas costeras.
La lechuga silvestre es nativa de Europa, Asia templada y África. Sin embargo, en la actualidad se ha naturalizado en Norteamérica y algunos países de Suramérica, por lo que en el Nuevo Mundo se ha llegado a catalogar como planta invasora (1). Su nombre científico, al igual que en otras muchas ocasiones, nos da alguna pista sobre sus características. El nombre Lactuca proviene de la palabra latina lactis (leche) y define a un género de plantas con abundante látex, un jugo denso y lechoso; mientras que el específico serriola se refiere, como veremos, a sus hojas aserradas.