Miércoles 22 de octubre de 2014
El mejor lugar de todo el Paleártico para observar el fenómeno de la migración de aves es el tramo costero de veinte kilómetros entre las localidades gaditanas de Tarifa y Algeciras, en la orilla norte del Estrecho de Gibraltar. Sus vientos funcionan como un embudo que canaliza –y permite contemplar a placer– el impresionante trasiego entre Europa y África, durante los pasos migratorios, de cientos de miles de cigüeñas y rapaces.
Un dato. En el marco del Programa Migres, la campaña de seguimiento de aves en el Estrecho que desarrollan la Junta de Andalucía y SEO/BirdLife, se vieron en un solo día –el pasado 1 de septiembre– más de 20.000 halcones abejeros (Pernis apivorus). Tan portentoso avistamiento se hizo desde el observatorio de El Algarrobo, el mejor punto del Estrecho para presenciar la migración post-nupcial. Pues bien, hace pocos días amaneció inundado de banderas que anunciaban un campo de golf de dieciocho hoyos, un hotel, apartamentos, villas y parcelas, nos informa Paco Montoya, portavoz del Colectivo Ornitológico Cigüeña Negra (COCN), la ONG conservacionista más activa de la zona.
Este regalito llega justo cuando se están ultimando unas negociaciones que han logrado reconducir un preocupante proyecto de “mirador y restaurante” en Cazalla, otro de los observatorios clásicos. Gracias a la presión de una campaña internacional, apoyada por cientos de birdwatchers de todo el mundo, el edificio se construirá más alejado de lo que estaba previsto de este punto de observación y se limitará a una cafetería, con el añadido de un centro de interpretación dedicado a la migración.
El COCN ha solicitado formalmente al Parlamento de Andalucía que legisle para preservar la docena de miradores y observatorios utilizados por miles de aficionados y estudiosos de las aves que acuden cada año al Estrecho, muchos de ellos procedentes de otros países. El riesgo de no hacerlo es la pérdida de un patrimonio único de gran proyección científica, educativa y turística, ante ciertas infraestructuras especialmente agresivas desde la perspectiva de su impacto visual.
Mientras el urbanismo se consolida como una de principales amenazas actuales para la biodiversidad española, las enormes posibilidades que nuestro país ofrece a la hora de plantear un turismo de naturaleza en condiciones van cerrándose, a menudo sin haberlas aprovechado mínimamente. La observación de aves podría ser en este sentido una de las actividades más agradecidas. El reclamo para muchos visitantes y el motor de desarrollo local que ya suponen las rapaces de Monfragüe o las grullas de Gallocanta son ejemplos puntuales que podrían extrapolarse a muchos otros santuarios de aves, si se apostase claramente por la conservación y el uso público respetuoso. Pero los peligros que se ciernen sobre sitios con valores tan evidentes como el estrecho de Gibraltar parecen indicar todo lo contrario.
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