Distintas fanerógamas marinas en creciente riesgo de extinción, según los criterios de la UICN. De izquierda a derecha: Zostera muelleri (Preocupación menor), Posidonia australis (Casi amenazada), Halophila beccarii (Vulnerable) y Phyllospadix japonicus (En Peligro). De las 72 especies de fanerógamas marinas que existen, el 60% están catalogadas como “Preocupación menor” y un 10% como “Datos Insuficientes”. Muchas ilustran el dilema entre Matheson y Short expuesto en el texto de este artículo, es decir, solamente están amenazadas a escala regional. Por ejemplo, nuestra posidonia (Posidonia oceanica), endémica del Mediterráneo, está catalogada como “Preocupación Menor” por la IUCN, pero se encuentra estrictamente protegida en la Unión Europea a través del Convenio de Berna y la Directiva de Hábitats.
Esto es así porque la diversidad biológica que atesoran las praderas de posidonia y su papel como sumideros de carbono (8) están amenazados por perturbaciones como la urbanización de la costa, el auge de las especies invasoras, el cambio climático, la contaminación del agua, la pesca de arrastre y el anclaje de barcos. Tales amenazas son comunes a la mayoría de las fanerógamas marinas y, globalmente, la degradación de los ecosistemas costeros acaba cada año con 110 kilómetros cuadrados (11.000 campos de fútbol) de praderas submarinas (9).
Fotos: P. Kaladharan (H. beccarii) y Fred Short.
Miércoles 22 de octubre de 2014
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza utiliza cinco criterios para clasificar a las especies en nueve categorías de amenaza según su riesgo de extinción. Dichos criterios están basados en la teoría ecológica, de modo que, aun siendo objetivos, están sujetos a mejoras y críticas. Con todo, la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN se ha convertido en una herramienta esencial para evaluar el estado de la biodiversidad.
Salvador Herrando Pérez
salvador.herrando-perez@adelaide.edu.au
TODOS CARGAMOS con algún tipo de código, es decir, combinaciones de letras y números que nos identifican como miembros de una colectividad. Alguno de estos códigos son relevantes a escala local (el carné de la biblioteca) y otros tienen alcance internacional (el número del pasaporte). Las especies también son miembros de un club, el de la biodiversidad. Nuestro reciente interés por su conservación ha hecho que las etiquetemos con códigos alfanuméricos que reflejan el riesgo que corren de extinguirse. Sin embargo, hay contradicciones cuando una especie se considera amenazada en un país pero no internacionalmente, y viceversa.
Un ejemplo polémico lo constituye la fanerógama marina Zostera muelleri, que vive en los fondos someros de Australia, Nueva Zelanda y Papúa Nueva Guinea. Esta planta está catalogada como “Preocupación Menor” y con trayectoria “Estable” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Sin embargo, la neozelandesa Fleur Matheson ha argumentado que tal clasificación desprecia el declive sustancial que están sufriendo las praderas de Z. muelleri en su país y que cuando la UICN califica a esta especie como “productora prolífica de semillas” demuestra incurrir en una evaluación sesgada que se basa sobre todo en las poblaciones australianas (1). El estadounidense Fred Short, la autoridad en praderas submarinas de la UICN, ha respondido que las evaluaciones de este organismo son globales y no se ajustan a ningún país (salvo, claro está, en el caso de los endemismos). Short añade que el declive de Z. muelleri al que alude Matheson es local y está compensado por la estabilidad o expansión de la especie en el conjunto de su área de distribución (2).