Los llamativos frutos de la hierba carmín (Phytolacca americana) son muy apreciados por las aves, que al dispersar sus semillas contribuyen a la rápida expansión de esta planta foránea.
Miércoles 22 de octubre de 2014
La hierba carmín, discreta hasta ahora, destaca por sus llamativos colores a lo largo del otoño. Un cambio cromático que alerta sobre sus principios tóxicos, eficaz barrera contra los depredadores.
J. Ramón Gómez
ramongomez@herbanova.es
UNAS POCAS HIERBAS, que han pasado desapercibidas durante todo el año, aprovechan los frescos y húmedos días de finales del otoño para lucirse antes de entrar en el letargo invernal. Entre ellas, la hierba carmín (Phytolacca americana). El escritor estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862), en su pequeña obra Colores del otoño, asegura que esta planta “le pide brillo al sol para mostrarse mejor y debe verse en esta época del año” (1). No cabe duda que es en estas fechas cuando la hierba carmín luce sus mejores galas. Su colorido se ve acentuado en los días claros por un sol mucho menos agrasivo que el veraniego, que enriquece todavía más los provocadores tonos rojizos y anaranjados con los que ahora se viste.
Mientras tanto, el resto de las hierbas parecen no entender el ciclo de su foránea compañera, pues llevan semanas inmersas en el descanso invernal. Sin embargo, los hábitos de la hierba carmín son bien conocidos por las aves, que se alimentan con avidez de sus abundantes y atrayentes frutos. Un alimento que les permite acumular las reservas necesarias para sobrevivir al duro e inminente invierno.