Miércoles 22 de octubre de 2014
Fácil de localizar en el entorno de pueblos y ciudades, la celidonia mayor se conoce sobre todo por sus propiedades medicinales.
Pocos saben, sin embargo, que es una planta muy tóxica,
rasgo que le dispensa una eficaz protección frente a los
herbívoros y favorece su amplia distribución.
J. Ramón Gómez
ramongomez@herbanova.es
A DIFERENCIA de muchas de las especies tratadas en esta sección, la celidonia mayor (Chelidonium majus) es una hierba de carácter más tímido. Bien adaptada a las exposiciones sombreadas, parece encontrar acomodo en los lugares más recónditos, cerca de edificaciones ruinosas, viejas paredes, muros desconchados y escombros urbanos. No es casual su cercanía a estos materiales, pues ofrecen cierto resguardo para eludir los rayos del sol y beneficiarse de un mayor grado de humedad, condición necesaria para su supervivencia. Tal vez por eso se dice que la celidonia mantiene cierta amistad con el hombre, pues gusta de estar en su cercanía, aunque probablemente el sentimiento no sea recíproco.
En cualquier caso, la celidonia no se conforma con crecer al pie de construcciones y escombros, ya que a veces alcanza lugares elevados en las grietas de muros y paredes. Sus sorprendentes técnicas de diseminación le permiten conquistar zonas donde otras hierbas no llegan a establecerse. Un hecho que advertiremos sin dificultad si miramos hacia arriba en nuestras ciudades. En el caso de Segovia, por ejemplo, podremos observar cómo la celidonia viste muchos de sus monumentos más característicos, como el Alcázar o el monasterio de San Antonio el Real (1).
Pie de foto: Plantas en flor de celidonia mayor (Chelidonium majus). Los frutos de esta planta son explosivos y permiten una primera dispersión de las semillas. Además, las simientes resultan atractivas para las hormigas, que al acarrearlas protagonizan una segunda fase de diseminación.
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