Miércoles 22 de octubre de 2014
Las medidas agroambientales son la principal herramienta disponible para frenar la pérdida de biodiversidad en Europa a la vez que se mantiene la actividad agropecuaria. Sin embargo, no siempre son efectivas, en buena parte porque el entorno de los campos de cultivo puede llegar a ser demasiado hostil como para que las acciones a escala de campo tengan éxito.
Elena D. Concepción, Mario Díaz y Federico Fernández-González
Las medidas agroambientales de la Política Agraria Común de la Unión Europea consisten en contratos voluntarios entre la administración y los agricultores. En virtud de estos acuerdos, los segundos son compensados económicamente de la pérdida de producción asociada a la aplicación de prácticas menos intensivas, con menor uso de fertilizantes y plaguicidas, y con cosechas más ajustadas a los requerimientos de las plantas y animales silvestres que precisamente habitan los campos de cultivo.
La compensación se justifica porque las medidas agroambientales favorecerían a especies raras o amenazadas que dependen de los medios cultivados, lo que representa un beneficio para la sociedad en su conjunto, aunque sea gravoso para el agricultor: en vez de prohibir u obligar, se opta por incentivar mediante subsidios prácticas ambientalmente respetuosas.
De hecho, se considera que las medidas agroambientales son la principal herramienta disponible para frenar la pérdida de biodiversidad asociada a la intensificación de la agricultura, que actualmente es con mucho la causa más importante de pérdida de poblaciones y especies tanto en Europa como en Norteamérica y Australia.
Además, puesto que el precio de los alimentos depende sobre todo del coste de la mano de obra, las ayudas económicas asociadas a estas medidas y a otras similares pueden ser cruciales para mantener la renta de los agricultores de los países ricos, que no pueden competir en términos de precios con los productos de otros países en un mercado internacional globalizado y cada vez más liberalizado.
Así, la sociedad remunera a los agricultores, vía impuestos que se dedican a financiar estas medidas, por los valores añadidos de los cultivos extensivos en términos de conservación de la biodiversidad. El mantenimiento de la renta agraria con una menor producción fue de hecho el fin original de estas medidas, que se denominaron agroambientales porque se suponía que tendrían beneficios ecológicos, además de los socioeconómicos originales.
En general, las medidas agroambientales suelen ser efectivas cuando su objetivo es la conservación de especies concretas en regiones determinadas. Existen ejemplos claros de su eficacia, como el caso clásico del escribano soteño (Emberiza cirlus) en el Reino Unido (1).
Sin embargo, esta efectividad suele ser menor cuando los objetivos son más amplios o difusos, como la conservación de la biodiversidad en un país o región. Como la mayoría de los programas de medidas agroambientales tienen objetivos genéricos de este tipo, cabe esperar que su eficiencia sea en general preocupantemente baja, y más aún considerando la magnitud de los presupuestos que se destinan a financiarlos. Por todo ello, es importante evaluar si las medidas son eficaces o no en cada caso, profundizar en las causas de la baja efectividad y buscar formas de mejorarla.
Pie de foto: Paisaje agrícola de alta diversidad, tanto a escala de campo de cultivo como entre campos. Esta complejidad espacial requiere enfoques que la tengan en cuenta para que la aplicación de medidas agroambientales sea eficaz (foto: Mario Díaz).
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