Ciencia a pie de calle

Aprender del peligro

Miércoles 22 de octubre de 2014
Algunas conductas animales pueden denotar el impacto de las actividades humanas sobre las poblaciones silvestres.

Un estudio publicado en la revista Conservation Biology
examina el comportamiento de dos camélidos suramericanos
ante la presencia de un vehículo en varias zonas protegidas.

Salvador Herrando Pérez
salvador.herrando-perez@adelaide.edu.au


El problema
Aunque muchos habremos tropezado dos veces con la misma piedra, bien es cierto que una mala experiencia nos enseña a desconfiar cuando se nos vuelve a presentar una situación de riesgo. En los animales salvajes, la exposición a ataques reiterados de un depredador determinado predispone a los individuos a huir ante ese enemigo a lo largo de sus vidas. Factores tales como la distancia a la que se encuentra el depredador, su velocidad de ataque y su tamaño corporal, determinan la rapidez y la magnitud de la respuesta evasiva de las presas (1).

En su despliegue tecnológico (armas de fuego, vehículos a motor), el ser humano también envía estímulos propios de un depredador y capaces de desencadenar la gama de conductas de huída con la que cuentan sus presas potenciales. La manera de medir esas conductas no está exenta de sutilidades metodológicas (2), aunque representa una herramienta para evaluar el estrés al que están sometidas algunas poblaciones silvestres.

El experimento
En este contexto, Emiliano Donadio y Steve Burskirk estudiaron el comportamiento de huida de guanacos (Lama guanicoe) y vicuñas (Vicugna vicugna) en los llanos argentinos (3). La investigación cubrió dos áreas protegidas con escasa vigilancia y documentada caza ilegal de estos ungulados, concretamente la Reserva Provincial de Laguna Brava y la Reserva de la Biosfera de San Guillermo. Por otra parte, escrutaron también el Parque Nacional de San Guillermo, donde no se caza, las visitas son estrictamente guiadas y se controla la entrada y salida de personas.

Dos observadores recorrieron en un vehículo tres transectos por caminos de tierra en cada una de estas zonas. Cuando encontraban un grupo de camélidos, catalogaban su respuesta evasiva (alerta sin huida, alejamiento caminando, alejamiento galopando) y medían tanto el tiempo como la distancia de huída entre el vehículo y los animales cuando iniciaban la respuesta evasiva. Se decidió contar también el número de juveniles, por si los grupos demoraban la huída para protegerlos. Y se estimó asimismo la presencia de pumas (Puma concolor), a partir de la cantidad de excrementos del felino encontrados por hora de camino de otro observador que seguía los transectos a pie, por si la respuesta evasiva estaba condicionaba por la presencia del depredador.

PIE DE FOTO: De arriba a abajo, vehículo utilizado durante el trabajo de campo, grupo de vicuñas y un guanaco en los llanos del Parque Nacional San Guillermo (San Juan, Argentina). Fotos: Marco Escudero.

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